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A veces te recuerdo y me lamento;
otras simplemente me lamento sin recordarte,
y la mayor parte del tiempo,
me enzarzo en una búsqueda imposible
de algo que complemente mis horas de tiempo libre.
De mis entrañas surgen cosas.
La golondrina que has dibujado y que quiere volar, escapar y sentirse libre, por ejemplo, o el viento exaltado que azota la piel sensible de las personas.
De mis entrañas surge el amanecer resplandeciente de la mañana y me invita a contemplarle con admiración y deseo, que ya no sé si del sol me he enamorado o es únicamente pasión matinal que me hace perder la cabeza cuando, con su lengua brillante, me incita a sentir orgasmos.
De mis entrañas aparece la tibia suavidad de los pequeños placeres, su tacto sedoso y su interior chirriante. La calma y la quietud se desbordan también de mi vientre. Me domina el deseo de querer y el deseo de alcanzar lo que nunca antes había logrado.
La noche, por ser noche, es bella y enigmática, y de ella trasciende el misterio de añorar abrazarte como lo hacen entre sí mis intestinos, revueltos como dos cuerdas liadas que no se pueden desatar. Así, ahora mismo y no mañana, aquí en este lugar y no en otro. De esta manera es como tenemos que perdurar: entrelazados.
De mis entrañas surge la indiferencia, esa que descompone las risas y desmitifica el amor.
De mis entrañas surge la desesperación por sentir una vez más que no estoy loca y que lo que cuento es y fue absolutamente real.
De mis entrañas surge hasta el vacío, tan vacuo y profundo como siempre, tan infinito, tan agonizante, tanto, que si no supiera que de ellas nacen mis pasiones, habría quedado ya atrapada en los barrotes de metal de la prisión de mi mente.
Ya veis, de mis entrañas surge mi deslealtad y mi poca cordura, mi cariño y honestidad, mi sorpresa y decepción, mis temores, mis ideas, mis llantos, mis dolores… Tus ojos, tu boca, tus cabellos, tu sonrisa… Surgen estas figuras literarias absurdas, deprimentes y tan típicas, que a veces también surge deliberadamente la frialdad de mi cuerpo cuando me susurras que soy tuya y cuando observo que me miras con cariño para no convertirme en una cursi
De mis entrañas nace mi rutina y mis quehaceres, mi yo, mi tú… todo lo que está en mí, para después estropearlo todo pensando como un ilustrado.
Quería escribir acerca de cómo irremediablemente escucho tu nombre por todos los lados.
Eres el locutor de radio de
Eres el encargado del periódico digital de mi residencia.
Eres un ejecutivo con su maletín en el Vips.
Un alumno que sube rápido las escaleras de su facultad.
Un tipo detrás del teléfono de la recepcionista de Arti.
Las casualidades son macabras, y suelen surgir en las situaciones menos oportunas.... Aunque, bueno, tu aparición tampoco lo fue.
Caos de nuevo. Desearía con toda mi alma dar media vuelta y marcharme, pero, sin nada que se pueda hacer, quedo tiesa como una estatua mirando cómo pasa lo que deseo no desear.
Sí. Veréis, no sé si me explico bien o no, en realidad siempre he sido un poco inepta para estas cosas estúpidas y banales que no tienen importancia alguna, pero lo que he querido decir desde la primera línea ininteligible y absurda que he escrito, es que yo solita me limito.
Me limito a dejarme arrastrar por el caos.
¿Sabes? Yo sí que creo en dioses, diosas y estrellas que guían, al igual que creo que inmolando mi alma y mi mente por unas horas- efímeras y caducas- contigo no es la mejor manera de regresar a… ¿mi lugar?
Quiero decir… ¿de verdad tenías necesidad de venir y besarme, acariciarme, hacerme el amor… abrazarme? Ahora no tengo más remedio que echarte de menos en contra de mi voluntad sin ni siquiera saber si tú pensarás en mí. No es justo.
No quiero evidenciar lo opio, ni dejar vulnerable mi persona, pero recuerda que una vez tu boca supo a mí, que tus manos me agarraron al galope y que todo esto es culpa tuya, porque yo te avisé, pero no hiciste caso y preferiste embelesarme.
Tramposo.
Ven caminando, dices, lentamente.
Mis pies no han hecho más que emprender el atenuado paso que no deja huella. ¿Cómo podrás seguir, entonces, el camino que quería mostrarte?
Ven gritando, dices, en susurros.
Mi voz no ha hecho más que comenzar a fatigarse sigilosamente para alcanzar el silencio que creo que me pides. ¿Cómo podrás oír, entonces, todas las cosas que me quedan por decirte?
Ven encubierta, dices, y recatada.
Mi cuerpo no ha hecho más que esconderse y amainarse como el frágil viento que no blande los finos brazos del vulnerable árbol en invierno. ¿Cómo podrás recordar entonces mi rugosa, atribulada y afligida piel esperándote desnuda?
Ven, dices. Pero no pienso ir.
Pareces tan perdido en tu propia diligencia, que no infundes garra alguna.
Y, tal y como parece, yo también ando perdida.