Desde la cocina oigo cómo Juan huele el
periódico que tiene entre manos. Nunca le da tiempo a leerlo por la
mañana, así que siempre espera el momento de la cena para poder hacerlo. Le encanta cuando se embarra las manos
con la tinta de imprenta que desprenden las páginas del periódico. Cree que así
también se lleva consigo los conocimientos y saberes que se prestan al orden
del día.
Será imbécil.
Yo preparo la cena, como todas las
noches. Como todas las malditas noches. Hoy toca bistec de ternera,
vuelta y vuelta. Poco hecha. Tan cruda, que la voy a servir con sangre. En casa nos
gusta así.
Me duele la cabeza. Afilo con desgana
el cuchillo.
El niño juega a las torturas con sus
muñecos. Una historia de cómo alguien desobedece y paga por ello. Decapita las
cabezas de las Barbies que roba en el colegio y, con alfileres, le arranca los
ojos a los mini Baby Born de cuando su hermana era pequeña.
De fondo, el murmullo de esa tipa aberrante
del Canal 1.
Terrible. Ya estamos con las
malditas impresiones. ¡Como si el horror pudiera tener el
mismo sentido para todos!
- ¡Tengo hambre!
Pues cómete tu jodido periódico. O ven
a la cocina y ayúdame un poco, ¿no crees? ¿No piensas que un poco de ayuda me
vendría bien asqueroso vago?
Mi hijo y marido preparan la mesa. Nos
sentamos todos. Sirvo la comida. Callados como siempre, Juan sube el
volumen del televisor.
Comemos lentos y despacio.
Yo tengo la manía de morder el tenedor
cuando me lo llevo a la boca. El niño acostumbra a tragar fuertemente. Y Juan
siempre lo hace con la boca abierta. Y cómo lo odio
- Le falta sal
Y cómo lo odio.
-¿Y para esto has tardado tanto? ¿Qué
hacías en la cocina, rascarte el coño?
¡Y cómo lo odio!
- Hay que joderse, uno se tira todo el puto día trabajando para que luego haya poca cosa en la mesa.
*
*
*
*
*
(...)
Me encanta cuando embarro mis manos de
sangre.
Siento que me llevo conmigo toda la venganza que merezco.