domingo, 30 de septiembre de 2012

Llora la Bestia (III)



Todos los monstruos viven en cuevas. 
Mi madre lo decía cuando me escondía debajo de las sábanas.

Ahora me escondo encima, para resguardarme de tus rases. Más tarde me doy cuenta de que sólo estoy haciendo la tonta cuando aprieto labios y pongo morritos para llamar tu atención.
No puedo negar que sufro crayones cuando veo que mi pelo no te impresiona tanto como creía.

¿Por qué lloramos rímel en vez de lágrimas?

Mi madre lo decía. 
Todos los monstruos viven en cuevas.

Que nadie se entere, pero ando ladeada –como los cangrejos- mientras meto tripa, aprieto piernas y saco pecho.
He perdido las gafas de sol y me molesta la claridad de tus mensajes. Aunque no me los escribas. 

Y echo en falta la gran mentira que no fuimos.

En hilera, las hormigas escapan de la oquedad, porque mi madre ya me lo decía. 

Los monstruos viven en cuevas y se ríen cuando les visito y temo resbalarme en la  fangosa oscuridad, fingidamente, para apoyarme sobre los hombros del más feroz de los dentados. 
Un bocado. 
Un mordisco. 
Una ayuda. 

A estas alturas son muchos los monstruos que me han salvado de mi recelo.



martes, 25 de septiembre de 2012

Aquellas tardes contigo



"Contigo" Marina Anaya

Se enciende la luz. El salón está desordenado. Los cojines han acabado en la otra punta de la habitación. El sofá no está encajado en su esquina. 56 cm de separación con la pared. Ladeado. Hay cera derretida en la mesa de mármol por las velas ignoradas. También envoltorios- 4 ó 5- de preservativos esparcidos por el piso. La Chica está desnuda, tumbada en el sofá rojizo, con la cabeza mirando al suelo y las piernas estiradas y apoyadas en la pared melocotón. El Chico ha ido a limpiarse al baño. Ella piensa que también debería. De repente se oye gritar desde el aseo:

CHICO: ¿No tienes toallas?
CHICA: (mientras juega con sus pies en el respaldo del sofá) Mira en el armario de la izquierda. Creo que ahí tienes un par.

Se oye el abrir y cerrar de las puertas de los armarios, la búsqueda dura un rato. [Pam, pam, pam]

CHICA: ¡Oye no me rompas el mobiliario, capullo! ¿Qué son esos portazos?

El Chico no contesta. Después de unos segundos llega corriendo hacia el comedor. Sus pisadas son largas y evocan patosidad.  Él, también desnudo, entra con una toalla en la mano. Su miembro todavía está erecto.

CHICO: ¡Mira, mira! (apoyando la toalla sobre el pene) ¡A que es una pasada?
CHICA: (se ríe) Eres idiota. No puedo creer que tengas la edad que tienes. ¡Pareces un crío!
CHICO: ¡Pero si es divertidísimo! (pone las manos sobre su cintura y empieza a realizar movimientos discoidales) Aguanta la jodida, ¿eh?

La Chica deja su reversa postura y se endereza. Por un momento ve chiribitas por la habitación y se marea. Cierra los ojos y apoya los dedos en los párpados. Siente cómo, al lado, el sofá se hunde. El Chico se ha sentado junto a ella. Le da un beso en la frente.

CHICO: Vamos, no es para ponerse así- bromea- con lo de la toalla sólo quería sorprenderte.
CHICA: (ríe de nuevo y le propina un manotazo –cariñoso- en el hombro. Hace una pausa antes de hablar) ¿Cenamos algo? Tengo hambre. Además, deberíamos irnos, mis abuelos llegarán en poco.

El Chico asiente. Sugiere cocina hindú o pizza. Ambos se levantan para recoger la ropa y vestirse. Cuando toma el pantalón que cuelga de la silla, él canturrea una canción:

CHICO: (de fondo durante toda la escena) quiero ser tu perro fiel, tu esclavo sin rechistar, que luego me desato y verás, a ver qué me dices después, so payaso, me tiemblan los pies a su lado, me dice que estoy descolorío, la empiezo a besar…

Están de espaldas. La Chica se viste mirándose todo el rato en el espejo del tocador. Antes de ponerse el sujetador, se contornea los pechos. Se los levanta desde la zona superior con los dedos índices, luego saca los hombros hacia fuera. Le encanta la forma huesuda de la cintura escapular. Se toca la clavícula y piensa que le gustan las sombras creadas en su cuello. Ella anda todavía a medio vestir. El Chico ya ha terminado y se dedica a recoger.

CHICO: a ver qué me dice después, so cretino, me tiemblan los pies a su lado, me dice que estoy desconocid... Oye, ¿no habíamos utilizado cinco?
CHICA: (volteándose y dejando a espaldas el espejo) Sí, ¿por qué?
CHICO: Joder, mierda, falta uno. Ni debajo de la mesa, ni debajo del sofá. Mira tú debajo del tocador.

La Chica se agacha para buscar el envoltorio del preservativo que falta. No encuentra nada, pero sugiere que da igual. Termina de vestirse. Recoge su bolso, se asegura de que lleva todo: llaves, móvil, cartera y agenda. Después de un repaso visual por el salón, dan el visto bueno desde la puerta del comedor, ya a punto de dirigirse hacia el pasillo. Se besan con los ojos cerrados. Se abrazan.

CHICO: (mirándola fijamente) Eres fantástica.
CHICA: (riendo) ¡Y tú un llorica!

Le dan al interruptor de la luz. El salón queda a oscuras. Una luz en el lado derecho del escenario, más tenue y que procede de otra habitación, deja entrever el sofá bien colocado y los cojines en su sitio. Se oyen pisadas durante unos seis segundos. Más tarde, el rechinar de la puerta con algo de reverberación. Se apaga la luz tenue. Se oye un portazo. 

sábado, 15 de septiembre de 2012

Llora la bestia (II)


No sangré, lo recuerdo / Tú te pusiste como una fiera / Me gritabas. Rugías / Como una fiera / Porque no sangré, lo recuerdo / Yo no era de nadie, te dije / y volviste a tomar forma de bruto / Porque no sangré / y porque me querías mucho / demasiado / Aún así me gustaba el olor de tu piel / sin estar impregnada de hematíes, leucocitos y plaquetas / También me gustaba tu pelaje rubio, que era de bestia / porque no sangré, lo recuerdo / Me querías, oh sí, lo sé, me querías /Y yo / te dije que no era de nadie /

Grabado de Marina Anaya.
Más tarde te pedí que me llevaras a casa.

Un día después, me llamaste para ver qué tal me fue en el examen de matemáticas. Ahí tampoco sangré, y volviste a transformarte.

Me daba pena tu angustia,
así que te acariciaba el pelaje rubio
mientras
te decía que algún día de estos me iría.

Siempre sin sangrar.

Tus manos no eran garras, pero te ponías como una fiera.
Triste.
Desvalido.

Luego pedíamos pizza.

Yo me sentía sexy cuando te decía que no era de nadie.
Tú lo sabías.
Sabías
que

no íbamos a ninguna parte.

A mí me gustaba la playa en invierno y a ti cocinar platos con piña.
No éramos incompatibles. Pero yo no sangraba, y tú borboteabas rojo.
Siempre.

A todas horas.

El día que me dijiste “creo que te quiero”,
tomábamos
té. Te respondí que

quería mi ordenador arreglado de vuelta.

Y aquel día / sólo aquel día / sangramos los dos juntos / porque tú me querías / y yo / intentaba quererte /

martes, 4 de septiembre de 2012

(Ya nadie escribe cartas de amor)

Todas las cartas de amor son ridículas 





Todas las cartas de amor son
ridículas.
No serían cartas de amor si no fuesen
ridículas.


También escribí en mi tiempo cartas de amor,
como las demás,
ridículas.


Las cartas de amor, si hay amor,
tienen que ser
ridículas.


Pero, al fin y al cabo,
sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor
sí que son 

ridículas.

Quién me diera en el tiempo en que escribía
sin darme cuenta
cartas de amor
ridículas.


La verdad es que hoy mis recuerdos
de esas cartas de amor
sí que son
ridículos.


Todas las palabras esdrújulas,
como los sentimientos esdrújulos,
son naturalmente
ridículas.


-Fernando Pessoa (1888-1935)-