domingo, 30 de agosto de 2009

Te dejé por otro.


Te dejé por otro.
El brillo de sus ojos verdes me cautivó, y su sonrisa, cambiante, hizo que cayera en sus garras de fiera.
De altura no escaseaba, aunque tú tampoco tienes nada que envidiarle en cuanto a centímetros.
Sus piernas eran fibrosas y a penas contenían vello, el poco que tenía era rubio y muy fino. Poseía un torso atlético (la dinámica de su cuerpo era de una perfección descomunal.)
Su pelo era castaño claro y bajo los rayos del sol, que por esta zona son muchos, le brillaba como si fuera oro.
Su piel: lisa y suave, casi como el terciopelo. Angelical era su cara: no tenía unos rasgos muy marcados, al contrario: eran dulces, como los pasteles.
Esa dulzura a veces era eludida por su pícara expresión, tentándome a todo momento. (Un salvaje.)
Aquella doble perspectiva me volvía loca, era como tener el picante y el azúcar a mi disposición.

Además, era ultra detallista. Por supuesto, había días de dejadez donde me ponía nerviosísima perdida por si acaso ya no le gustaba, pero, de repente: una jacinta por ser un miércoles cualquiera, un apretujón por detrás mientras salía del gimnasio o una cena sorpresa para celebrar que nos queríamos. Era muy imprevisible.

Le gustaba vivir el momento y no hacer planes del futuro. Me llevaba a la playa y allí nos pegábamos aquellos paseos largos que ocupaban toda la tarde hablando de música, cine, o de meras tonterías. También me invitaba a exposiciones de esculturas y cuadros porque sabía que me gustaban, y además, escuchaba, embelesado, mis cuentos, que, en absoluto,- me decía- no les parecían bodorrios.
Él estudiaba medicina, era su tercer año de carrera. Nos complementábamos. Mientras yo le hablaba de Espronceda o de Garcilaso de la Vega, él me explicaba cómo sanar con métodos caseros e infalibles el asma o las propiedades beneficiosas de según qué alimentos para nuestro organismo.
Además de guapo, listo.
Era también un hombre de ciudad, que le encantaba viajar por todos los sitios y le daba igual el destino a escoger. Se consideraba hombre de ninguna nación, simplemente hijo del mundo.
Su estilo de vestir era impecable,- como su estilode vida- aunque siempre le daba el último toque personal, desenfadado, muy bohemio a decir verdad, casi como Johnny Depp.
Y en los días de tristeza, podía contar con él, para que él contara conmigo esos chistes malos y cortos que a mí tantome gustan y así hacerme reír.

Su nombre daba igual, pero era mejor que tú.

Era cariñoso y tierno.
Era perverso.
Era visionario y también realista.
Era luchador, pero tranquilo.
Un alma inquieta, activa, aunque iba a su paso.
Era un trotamundos
Era un cielo…
Un sol…
¡Un cachito de pan!

Era, era…
Era fruto de mi imaginación.

viernes, 28 de agosto de 2009

Mitos al descubierto

Cuenta en tres segundos nuestro fin. No es imposible, nada lo es, como tampoco fue la rápida despreocupación.

Dijo Neruda que es tan corto el amor y tan largo el olvido, que, teniendo en cuenta estas palabras y sabiendo que no tuvimos olvidos, lo nuestro no se asemejó ni un minuto al amor, ni siquiera al deseo.

Tú me deseabas, yo te deseaba, pero era sólo inercia.

Cuando dije basta, ya antes te había olvidado.

Cuando escuchaste basta, ya antes habías reparado en mí, y no asombrosamente.

No me preguntes cómo ni porqué: no seré capaz de decirte qué fue lo que me llevó a querer estar despegada de tu forma de vida – y cuando digo que no seré capaz no significa que no sepa la respuesta.

Creo que simplemente me di cuenta de que nunca te encontré atractivo y que jamás me habías parecido interesante.

A pesar de todo, ¿de verdad habré causado en ti la magnífica impresión que tanto decías?

Y sin embargo, pudiéndote afirmar que estás olvidado por completo, explícame porqué, -quizás tú sí lo sepas- te recuerdo en muchas de las conversaciones que mantengo con gente a la que ni siquiera tú conoces.

Te nombro, menciono y te refiero.

Te describo, defino y delineo.

Te represento, gesticulo y te imito.

Intento seguir causando el mismo suntuoso efecto sobre ti, aún sin tenerte cerca, porque cuando algo está cerca, uno nunca se preocupa de realizar cosas fructuosas; pero si uno se encuentra solo, es cuando intenta – con o sin victoria – superar sus metas.

Nos volvemos griegos en plenas olimpiadas.

Tú, en el guapo héroe Aquiles que no tiene ningún talón.

Y yo, en la Helena que nunca fue razón de guerra entre Esparta y Troya.

lunes, 24 de agosto de 2009

Terminus Road

Y así ha sido. Como tú decidiste que fuera, aunque cueste un pelín admitirlo.

Fue cruel.

Cruel no, quizás patético, hasta puede que un poco rastrero. Pude casi acariciar el asfalto del Terminus road con la nariz de lo cerca que estaba de la bajeza. Qué poco talle, ¿verdad? Todo por ti, por lograr alcanzar tu atención, como si ganarla fuera ganar un trofeo que se coloca encima de la vitrina para exponerla ante los demás.

Y la verdad es que era todo un reto conseguirte, porque bien era consciente que no estaba sola y que tenías donde elegir. Más guapas, más fluidas, más misteriosas, más atrevidas.

No, en eso no me gana mucha gente, la verdad.


Tampoco tardé mucho en darte el primer beso. Creo que fue la misma noche que nos conocimos.

Ambos tonteábamos con el suficiente inglés que sabíamos, y después de un par de pintas de cerveza, te invité a bailar con nuestro querido Dave the Rave en el Terminus. Allí me agarraste de la cintura. En aquel momento fue cuando se apreció que te sobrepasaba en altura, aunque solamente eran por los tacones marrones que, por cierto, me los acababa de comprar aquel mismo día en el Primark.

De vez en cuando acercabas tus labios a los míos y yo los esquivaba. Y después de un par de intentos más por tu parte- no exitosos- decidiste ir un momento a pedirle las llaves a tu compañero de cuarto y desapareciste.

No me preocupó en aquel momento, hasta que me preguntaron si me había enrollado con ese guaperas eslovaco – tú-. Sin saber porqué, mentí y dije que sí.

Creo que fue porque te llamaron guaperas, y desde ahí comenzó mi obsesión contigo.

Regresaste después de media hora. Te besé rápido para que no te volvieras a marchar, y de hecho no lo hiciste. Te pasaste toda la noche intentado convencerme de que meterme mano en las esquinnas de las frías calles inglesas era una muy buena idea, pero tenía que dejar algo para el resto de días, si no, marcharías igual de rápido que llegaste.

Intercambiamos teléfonos.

Otro beso de despedida.

Creo que a partir de ahí sólo me mandaste un mensaje el primer fin de semana, para asegurarte de que iba a quedarme contigo todo el mes; y me hiciste una llamada el último para darme a entender que las noches en la playa o en el piso de Khalid no pasaron en balde.

Yo estuve todo el mes mirando tu nombre en mi lista de contactos sin ser capaz de mandarte algún mensaje. Ni siquiera contesté al tuyo.


¿Cómo pudo ser? No me anulaste de milagro, aunque poco faltó. Cada vez te veía más encantador y, progresivamente, mi obsesión iba aumentando.

Pero yo no podía hacer nada, eras tú quien decidía cuándo y dónde. Espero que no con quién, aunque estoy segura de que también te gustaba una húngara hermosísima que yo odiaba- por el hecho de tener una belleza descomunal y por pensar que podría gustarte-.

Pero, no, fue conmigo con la que pasaste algunas de las noches- las que tú elegías-. Me ganaste enterita. Y, aunque al día siguiente de nuestras pasiones no te hablara – lo cierto es que me resultaba muy raro y desconcertante aquel hecho – te deseaba de igual manera, pero intentaba no parecer tan interesada en el asunto, sin embargo, aquello era completamente falso.


No me arrepiento de moldearme a tu time table, ni dejar que tus manos me exploraran en los numerosos rincones del terminus road, pero ahora mismo que acabo de hablar contigo de nuevo, me siento un poco estúpida (porque creo que quizás tú pienses que yo lo sea)

Me tenías, no sé ni siquiera si puedo decir lo mismo. ¿Te tuve?

Pero si sólo fuiste un chico de diecinueve que nada tenía que ofrecerme…

Y sin embargo me enseñaste el código de las miradas.

¡Y cómo me encantaban! Tú me devorabas toda con aquellos ojos y yo, cuando tenía tacones, te miraba por encima del hombro; cuando no, simplemente giraba mi cabeza con rostro triunfador y sonrisa perversa.


¿Fui yo la que gané o fui la derrotada? Ciertamente-hoy estoy confesando demasiado- perdí un poco la cabeza y la noción contigo.

Puede que yo misma al intentar parecer tan despreocupada fuera la que echase a perder todo lo que nos perdimos.

Tuvimos noches intensas (todas en diferentes lugares del Terminus Road) pero podríamos haber tenido más noches intelectuales, más risas, más conversaciones, más confianza más caricias y no tantos apretones. Podría haberte conocido un poco más. ¿Te gusta practicar el tenis? ¿Tocas algún instrumento? ¿Vas a natación? ¿En qué lugar de Eslovaquia vives? Sólo sé que estudias economía y que tienes un inglés casi perfecto y, por supuesto, que eres un ligón de cuidado. Sabes tratarnos.

Un jugueteo intenso y corto, y tan rápido te tenía, ya todo volvía a comenzar, como si otra vez nos acabáramos de conocer.


Durante segundos fuiste mío, y sin embargo, minutos después ya no eras nada. Un círculo vicioso que el 26 de julio terminó con un achuchón que me dejó sin aliento, y un pequeño beso como diciendo que nos lo pasamos bien.

Aquella noche no podía quitarme tu esencia de la ropa, ni tu rostro de mi mente, parecía una majareta chalada. Sin embargo, estoy casi segura de que yo también te volví loco, Marcel.

sábado, 22 de agosto de 2009

Revuelta y exhausta


Revuelta y exhausta, como el cous-cous recién comido y también recién devuelto y girando sobre sí mismo entre los remolinos de agua que se aprecian en el retrete al apretar el botón.


Revuelto y exhausto, dicho sea en el caso del estómago mojado y húmedo donde se encuentra la cordura digerida; pidiendo a tientas aquellos vicios que nos matan, hambriento de placeres que me llevarán a la ruina.


El autobús pasa de largo, a veces lo hace. Y mientras, tu gabardina empapada y tus ojos que no ven, tiritan en silencio. La lluvia es fuerte a pesar del estío y no perdona a nada ni a nadie.

¿Puedes ver el sol asomarse por las colinas? Mañana quizás vuelva a ponerme las sandalias, pero es tan imprevisible, tan cambiante y tan poco sólido este tiempo que corre, que mañana quizás pase de nuevo el bus corriendo y huyendo de mí y quede yo con mis sandalias mojadas: revuelta entre la lluvia que cae del cielo y exhausta, intentando que los dos cajones que tengo por hombros no se caigan al suelo y que se mantengan erguidos entre el sinfín de los minutos que pasan en la espera de un nuevo transporte.


Dicen que no importa el lugar, que no importa el destino. ¿Importa acaso que ahora mismo esté aquí, en este preciso momento, preguntándome cuán largo es el camino, cuánto frío me queda y cuánta lluvia me mojará?


Revuelta y exhausta, como el perro que acaba de correr detrás de su cola intentando- sin éxito- alcanzarla.

Como la flor que te sonríe dispuesta a ser arrancada de su lecho de amor para decorar alguna exuberante pieza de vidrio sobre la vitrina.

Como el día que pasa con sus horas, esperando la huida de la lluvia ante la revancha del sol.

Sólo entonces, y no antes, el cous-cous volverá a mi estómago y mi cordura a la cabeza, que es donde tiene que estar.

sábado, 8 de agosto de 2009

Te envidio



Te envidio.

Nadie cuestiona que tientes unos ojos más bonitos que los míos; ni que tu sonrisa reluciente, además de natural, apaga el candor de mis labios.
Tus gestos son tan expresivos, y tu expresividad tan alegre, que nadie tampoco duda de que mi mundo sea más azaroso que el tuyo, o que, con ese brillo de inocencia en tu rostro, yo pierda todo el encanto de mi timidez.
La nívea piel de tu cuerpo resplandece si se encuentra expuesta bajo el Sol, y también si está escondida bajo la fragosidad de las sombras, tanto, que el bronceado de mi torso y espalda, queda omitido ante la vista de los demás.

Te envidio.

Tus piernas suaves y fibrosas danzan al andar, y con tus cabellos dorados diriges la melodía cada vez que delegas tu cabeza de un lado a otro. Entre tus pechos redondos se encuentra la percusión; en la extensión de tus largos brazos, el resto de la orquesta, y de tus labios surge la melosa voz cantante. Potente. Femenina. Segura.
Sin embargo, cerca de ti yo soy una caja musical que ya ha quedado hueca. Mis piernas campesinas tienen el paso de los gansos. Mis senos no tienen suficiente espacio para ni siquiera un pequeño timbal, ni mis brazos poseen esa elegancia y seriedad que poseen los tuyos. El resto de mi silencio, es boca sellada, temerosa de no causar la misma sensación de certeza que la tuya.

Te envidio.

A pesar de mi altura, el panorama de mis vistas no es más que el callejón sin salida oscuro donde los gatos relamen la carne ya fría que ha sobrado de algún restaurante barato. En el iris cremoso de tus ojos y en el resplandor de tu pupila, irrefutablemente, se adivinan confines azules de libertad, praderas verdes de esperanza, lirios blancos de paz, fuegos que arden de pasión, negros caminos de misterios, luces tenues de perversión, brochazos desgarrados de tristeza, hasta el filo plateado y cortante del odio.

Tú eres belleza.
Yo soy esperpento.

Tú eres viento inquieto.
Yo, roca erosionada.

Tú eres punto y seguido.
Yo ya quedé hace tiempo en el final.

Tú eres tierno sueño.
Yo apenas sí soy pesadilla.

Tú eres “escucha mi voz”
Yo soy el grito ahogado que ni siquiera tiene eco.

Te envidio. Porque nadie duda de que tú seas humana y yo sólo carne viva.

martes, 4 de agosto de 2009

La lame de la guillotine

Decapita el presente y morirá el mañana.

Mantén el pasado con vida y el hoy jamás llegará.

En realidad dicen que tiempo y espacio no existe, que es un engaño del ser humano que, errante, vaga por las verdes praderas de la invención.

De repente, llegas tú, y más tarde ya no hay nada.

Cómo una decisión, un simple movimiento de labios, un sonido proveniente de tu boca o tan sólo un gesto con el cuerpo, puede cambiar el transcurso de una vida entera.

Cómo un ‘hola’, un ‘adiós’ y un ‘hasta la vista’ prevalecen invisibles como espectros sujetos al futuro y te acompañan hasta la finitud de los días.

Cuando dedicas el te quiero, o el te odio, cuando tan sólo se te ocurre balbucear mientras apartas la mirada, cuando aceptas o niegas, cuando desmientes, desengañas, cuando escondes y traicionas. ¿Qué sucede a continuación, qué es lo que depara en el próximo episodio?

Cuando señalas lo que quieres y, seguro de elegir lo correcto, dices: “esto”. Cuando dubitativo, la última resolución la toma tu prudencia, o, al contrario, tu espíritu loco danzando sombras chinescas ¿Cuál es el coste de oportunidad?

Cuando el orgullo prevalece ante el deseo y la pasión. Cuando el prejuicio no tiene espacio para el saber, o cuando la uncida ira se desata.

¿Serías capaz de obsequiarme con un ‘te echo de menos’, con una sonrisa, con un ‘jamás te olvidaré’?


Demuéstrame que puedes.

¿Seré yo capaz de devolverte la llamada, de atreverme a amarte, de marcharme de este lugar para no volverte a ver hasta que me olvide de ti?

Pídeme un adiós y el porvenir cambiará por completo.

Ruégame que me quede, y no dudaré en huir despavorida.