sábado, 31 de enero de 2009

Un año más...

No hay nada profundo que surja de los días. Éstos simplemente pasan, sonámbulos, dormidos, y se depositan en el fin de lo desconocido.
Uno año más y qué poco cuenta.
Segundos en los que escribo cuánta nostalgia se le añade a la vida y me doy cuenta de esas horas malgastadas... soñando en vano, imaginando en balde…
Muerta ya la flor de abril. Vivo el recuerdo de lo inapagable y un par de blues que suenan en la radio junto con una nueva voz. Desconocida, pero supongo que me acostumbraré a ella.
No hay lágrimas, no hay tristeza, ni sonrisas ni felicidad. Y sin embargo, el curso del tiempo corre con tranquilidad cual río de cenizas desplazado alrededor del mundo con el viento agitado. Sin sentido para ti; con todo ello para mí. Mi todo, mi nada. Mi parte. Mi mente subyugada por mi propio yo y mi cuerpo reencarnado en esos personajes reales e inventados.
La idea descabellada de gritar radica en los sinsentidos y sentidos de las cosas, así que alza tu voz y déjate oír, descríbete a ti mism@ sumergid@ en los tules verdosos de la mar, en esas figuras retóricas llenas de belleza, o simplemente en la sencillez de hallar lo que ya habías encontrado.
No hay posterioridad ni anterioridad; lo que existe, existe ahora, y lo demás, son segundos que pasan y quedan exhaustos y muertos en los recovecos de la vida- o en este caso, en las páginas digitales de este blog.
Un año más, y qué poco cuenta….

A todos ellos que me leen diariamente, a los que pasan a menudo- tengo en mente a aquel quien se esconde en EL OTRO LADO, a quien nos aporta LITERATURA CULTURA Y POLÍTICA, al que nos sugiere OPINAR para VENCER-, a los que pasan casualmente y dejan comentarios- y de entre ellos a los que me sugieren cosas para avanzar y evolucionar en la escritura- y en fin, a todos vosotros por hacer que no me desprenda de mi blog que hoy cumple un año. Gracias :-)

viernes, 30 de enero de 2009

¿Sabes lo que es sentir la plenitud?

¿Sabes lo que es sentir la plenitud? Es algo más que una sonrisa cuando estás contento, es algo más que cualquier sensación que sientas con la brisa de verano. Ni el Sol centellante, ni la plateada Luna, ni cualquier astro del universo que seamos capaz de imaginar es mejor.
Ni la sensación de reír con tus amigos, ni un suspiro de amor, ni al caer exhausto sobre la cama tras haber terminado de practicar el amor. Aunque, claro, la plenitud radica en la combinación de todas estas cosas.
Hoy he olido a jazmín. El coche corría como nunca había corrido, la música al máximo volumen, la ventanilla abierta y entonces la he olido; y he recordado el verano, porque el olor a esa flor por las noches estivales es embriagador; porque una de esas noches- muy adentrada la oscuridad- nos bañamos desnudas en la piscina; porque reíamos a carcajadas y porque no temíamos a la poca claridad del agua.
He recordado un pasado, y después éste me ha llevado a otros.
Aquel día con un helado tumbada encima tuya, o aquella vez cuando me despedí de ti para irme a uno de mis viajes. Aquel día cuando nos encontramos después de casi un año y por todas las manzanas que hemos comido y tirado, y por esas que nos quedan por comer y tirar.
Bailaremos en la calle con la luz de las farolas un día lluvioso en tu país y estaremos cantando bajo las diminutas gotas que caerán a gran velocidad. Pero después viajaremos hasta Nueva York con la canción de Frank Sinatra, y conoceremos gente que se una a nuestro coro. Estrepitoso. Inaudible. Insufrible. (Sabes que nuestras voces nunca han sido melosas)
Hoy he olido a jazmín y he sonreído.
Es Enero todavía, pero sé que queda poco para Junio, con exámenes- y lloros quizás-. Y luego llegará julio. ¿Y qué será de nosotras? El lugar nunca ha importado; todas las fiestas son nimias, no sirven nunca para nada. ¿Por qué? La creamos en cualquier lado, a cualquier hora, con cualquier estupidez; y coleccionamos momentos, y plastificamos esas tardes en las que vemos un atardecer. No, el atardecer es incomparable con nuestras risas- muchas veces carcajadas poco elegantes.
Y aunque no estés aquí, te he recordado. Gracias al jazmín.
Porque comencé con un helado tumbada encima tuya, pero luego terminé pensando en ti. Y por medio, en vosotros.
Y luego, he terminado escribiendo esta gilipollez. Con poca hilo literario, con muchas estupideces por medio y llena de sensaciones que dejé entre línea y línea porque no he sabido describirlas.
Y no ha sido sólo esa reminiscencia. Ha sido la sensación del viento sobre mi piel, y la de abrir bien los ojos y contemplar el cielo azul- con olor a jazmín- y correr como nunca antes había corrido- el coche, claro. Y el chocolate, cuya glucosa me da adrenalina, que luego se multiplica tras una fuerte agitación.- ¡Y vaya agitación!
Batiremos frutas, y haremos batidos. Y los beberemos y le echaremos nata, y azúcar, y los beberemos tras la agitación, y entonces la adrenalina multiplicada se volverá a multiplicar. Por dos, tres, cuatro… o diez veces más.
Y entonces volveremos a correr con el coche, y, desde la ventanilla abierta, volveré a oler el aroma del jazmín impregnado en el viento, y recordaré los helados, y los ocasos con risas, y las mayores locuras cometidas hasta ahora.
Y es que no pido más porque... ¿sabes lo que es sentir la plenitud?

jueves, 29 de enero de 2009

Nos cruzamos el otro día



-Al menos, para las mujeres, tiene mejor gusto.- dijo cuando le vimos andando por aquella arboleda nevada, abrigado hasta el cuello y con un gorro de lana horroroso.
A su lado estaba Ella: radiante, sonriente, preciosa… Como siempre. Pero sin remedio alguno, tan sólo nos paramos a saludarlo mientras contemplábamos con envidia la mujer que tenía al lado.
Minutos después, nuestro paso se deslizaba por la fina capa de nieve que la fría noche de aquel invierno había dejado sobre las calles. Puede que hubiera sido mi imaginación, pero vi cómo ella volvía la cabeza para dedicarme una de sus maravillosas sonrisas.

sábado, 24 de enero de 2009

768 SUSPIROS [Capítulo 4]

El vaivén de las olas era fuerte. El buque de pesca se movía al mismo son allá en alta mar. La noche era fría y el viento, que correteaba por la cubierta, rebosaba una pegajosa humedad que calaba hasta los huesos. Lloviznaba por momentos, pero no demasiado, aún así, el frío de los mares del norte era intenso. El grumete más joven maldecía por enésima vez el día que decidió salir de la escuela para trabajar junto a su padre en aquel enorme barco.
No era la primera vez que subía a él y que zarpaba a pescar a ultramar quedando veinte o treinta días sin pisar ni ver tierra firme. Ya se había acostumbrado al mareo que le producía el balanceo del barco y aquel intenso e insufrible olor que la carga de pescado desprendía. Al principio pensó que sería toda una aventura: el rebelde de diecisiete años se embarcaría a un enorme navío con bodegas llenas de ron y bebería todas las noches en su camarote y todos los días de buen tiempo, lo haría en la cubierta. Fumaría el tabaco de su pipa y por cada mar que surcase se haría un pendiente en la oreja izquierda. Todo aquello quedó en la fantasía, ni siquiera llegó a navegar en otros océanos, el Atlántico fue el único. Su padre Damián, el patrón de pesca, le bajó de las nubes cuando le dijo que aquello no era un barco pirata y mucho menos del caribe, sino uno de pesca y que más le valía ponerse las pilas si quería hacer dinero en casa.
El muchacho tenía sueño, pero no podía dormir, por eso, decidió subir a cubierta para ver si necesitaban algún tipo de ayuda, cuando su padre le dijo que no había nada que hacer, volvió a recostarse sobre el frío banco de la cubierta, cuando entonces uno de los catorce marineros gritó de repente:
-¡Mierda! Damián, acércate.
El patrón se acercó a ver qué sucedía.
-¿Qué pasa Virxilio?
- El condón se ha quedado enganchado…
- ¡Manda carallo!- vociferó enfadado- ¿Otra vez? El mes pasado ya se nos rompieron tres redes y luego me tiré más de dos semanas arreglándolas.
- Lo peor no es eso, sino que posiblemente llevemos buena mercancía: lenguados y rodaballos.
Damián se apresuró a maniobrar con el barco para desenganchar las redes sin que éstas se rompieran o sufrieran daños graves. Serían las cuatro de la mañana cuando mandó despertar al resto de marineros que intentaban dormir en sus camarotes.
-Vamos, perros, ¡tenemos trabajo!- vociferó Camiño, otro marinero que, con órdenes del patrón, había bajado a levantarlos.
Muertos de sueño y con los ojos entreabiertos, se pusieron todos los chubasqueros y las botas y salieron a cubierta.
-¿Qué tenemos?- preguntó Breixo con un bostezo y tiritando del frío.
- De momento nada, pero si todo sale bien y no rompemos redes, clasificar lo que hemos pescado.
El barco estaba maniobrando todavía y, exitosamente, el patrón logró salir de aquel mal trago. Cuando la red de arrastre se desenganchó, la subieron a cubierta sin arriesgarse a pescar más.
El ingente montón de pescado era asombroso.
- Pero ¿qué es esto?- preguntó con felicidad Damián al ver la buena calidad del pescado.- ¡Si tenemos hasta langostas!
El joven muchacho veía entre los marineros la pila de animales marinos todavía vivos y se le revolvió el estómago.
-Además hay alguna que otra vieira, pero no tenemos suficientes para vender. Las cocinaremos para nosotros.
Cuando los pescadores terminaron de seleccionar y separar el tipo de pescado, serían ya las siete de la mañana. El patrón llamó al grumete a su camarote, que, cansado, iba a dormir el rato que le quedaba.

-¿Qué quieres papá?- dijo cuando entró.
- Tú, que has ido a la escuela y sabes de geometría, repásame estos planos con el compás y los Rotrin-como-se-llamen…
Su padre señaló hacia la mesa. En ella se encontraba un enorme plano de papel tamaño A1 llena de garabatos y círculos mal hechos.
-¿Ahora?- preguntó desconsolado.
- Ahora.- espetó el patrón- Quiero tenerlos terminados para cuando lleguemos a mares Irlandeses.
-¿Es que nos vamos a arriesgar otra vez?
- Hay, Albertiño… Si queremos buen pescado, hay que hacer cosas que no se debe. Además rozaremos solo la frontera de las doscientas millas. La patrulla irlandesa ni se enterará.
Alberto comenzó a hacer la tarea que le habían encargado y tras terminarla se fue a dormir un rato.
La mañana siguiente se presentó más tranquila que la noche, pero más fría aún. Una densa capa de nubes cubría el cielo y amenazaban con llover. Todavía no habían llenado la bodega de pescado, pero pronto lo harían si se cumplía las expectativas de Damián.
Damián era un hombre alto, rudo y cachas. Siempre miraba con ojos serios, pero alentadores y su sonrisa misteriosa era toda una tentación para las mujeres. Poseía un atractivo irrefutable. Muchas veces en Inglaterra había ligado con alguna que otra muchacha pero el desconocimiento de la lengua anglosajona le impedía seguir el juego.
-Malditas dificultades lingüísticas…- refunfuñaba con su hijo Alberto medio riendo- ¡Mira que moza más guapa y yo aquí sin poder decírselo!
Luego, ya más serio, añadía que no se lo contara a su madre.
Cuando rozaron ya el borde de la frontera de las aguas del país irlandés, se adentraron en ella con cuidado para que no los detectasen.
-Es que es el mejor sitio para pescar.- justificaba el patrón.
Ciertamente fue un día de lo más fructuoso, y, rápidamente, cundo hubieron conseguido la cantidad de pescado que les hacía falta, salieron del territorio irlandés.
Iba con ellos a bordo un joven marinero inglés de unos treinta años, llamado John. Intentando comunicarse con él, Alberto aprendió más inglés en aquellos últimos meses que en el periodo de la escuela.
-Guat du yu du güen yu arraif tu Galicia?- le preguntaba con un acento bastante malo.
El inglés se rió con buena fe de su acento y le contestaba en español que cuando llegara a Galicia intentaría aprender más gallego.
El día pasó deprisa y habían pescado mucha cantidad. El joven muchacho escuchó a su padre hablar por el teléfono de la centralita con el armador del barco, que se encontraba en el puerto de Vigo, mediante códigos que ellos se inventaban para que nadie pudiera entenderlos, ni siquiera la tripulación de a bordo.
- Buenos días. America Saturno por Japón.- se escuchaba.- Ahá, ahá… Entonces, ¿Debemos llamar Venus?.. Sí, ahá…
Alberto se figuraba que su padre le estaría revelando el sitio exacto en donde se hallaban, latitud y longitud, e informándole sobre la cantidad de mercancía.
-Volvemos a casa.- comunicó Damián a los marineros tras colgar el teléfono y subir a cubierta.- Debemos estar viernes en el puerto. Si llegamos más tarde, el precio de la merluza y de la pescadilla bajará porque el sábado llegan los demás buques de pesca. Los rodaballos y lenguados los llevaremos a lonjas a subastarlos, ganaremos bastante. Además, tenemos también una buena cantidad de langostas. Bueis de mar hay pocos, los repartiremos entre nosotros, que seguro que le dais una alegría a vuestras mujeres.
Todos rieron.
Aquella noche volvían a casa. Estaban cada vez más cerca de la costa gallega y se divisaba un cielo mucho más despejado. Alberto había decidido que sería la última que pasaría en alta mar después de haber estado casi un año y medio yendo y viniendo al puerto de Vigo con quilos de merluzas, congrios, pulpos, rapes y gallos. Sabía que no echaría de menos aquel trabajo tan duro, aunque, contemplando tumbado en uno de los bancos que había en la cubierta de proa, no dudaba ni un momento de que nunca vería un cielo estrellado tan bonito como aquel. Con sus brazos apoyados en la nuca, su cuerpo balanceándose al son de las olas y sus ojos observando el cielo infinito, dejó la mente en blanco; ni siquiera escuchaba la grave y alta voz con la que Camiño hablaba con Virxilio. Mientras tanto, las hélices del barco dejaban tras sí una espuma blanca y salada de la que Alberto se despediría al cabo de unas horas, para siempre. (...)


Laura Martínez

'Casimir Pulasky Day'

El reverendo Matías sostenía en su mano un pequeño libro abierto. Sus páginas eran muy finas y olían a antigüedad. Él seguía recitando cosas sin sentido en medio del umbral de la multitud- en ese jardín que tanto te gustaba- y ésta escuchaba atenta, con ciertos aires de hipocresía y fingiendo que ahora se arrepentían de todos los malos que te habían deseado o causado.Yo ya no podía escuchar lo que decía. Sus estúpidas creencias de seguir el camino que Dios eligió para nosotros ya no me lo tragaba. No creía en su liturgia. Ya no.Cerré los ojos y recordé el último beso que te di. No pude evitar dibujar una sonrisilla nostálgica. Te echaba de menos. Mucho.Todo había sido peor de lo que imaginé. Aquel dolor que se había atado fuerte en el pecho apenas me dejaba respirar. Pero lucharía. Quería tomar tu ejemplo.La gente curiosa que había asistido a tal angustiosa ceremonia vestida con pamelas y vestidos elegantes negros, me miraban enfadados. Pensaban que no me había afectado nada todo esto, que me daba igual que hubieras desaparecido, pero tu madre me agarró fuerte la mano en señal de consuelo.Seguí pensando en tu sonrisa, que, hasta ahora, era lo único que me mantenía con ganas de seguir respirando.Recordé cómo habías cerrado los ojos mientras sostenías en la mano la gema violeta que te regalé cuando supe de tu cáncer de huesos. No los volviste a abrir. Tu pelo dorado no había perdido su color, a pesar de todo. Ni se apagó el carmín de tus labios, ni el melocotón de tus pómulos… Seguías ahí, como una rosa. Intacta. Pura. Vírgen. Y es que ni siquiera me dio tiempo a tocarte. Una vez sólo te quité la blusa blanca de verano y descubrí tus pechos resguardados en aquel sostén. Pero nada más. Tú te asustaste porque creías que Dios te iba a castigar y volviste a abrochártela con rapidez. Después te pusiste de rodillas, juntaste las manos y, cerrando los ojos, suplicaste perdón.Yo también te lo supliqué, y con otra sonrisa de las tuyas, me perdonaste. Pero estabas asustada de que tu padre se pudiera enterar. Ya no eras una niña, y esa mentalidad tan antigua y cerrada no me gustaba de ti.Tu padre Matías me caía bien, a pesar de que nunca entendí su filosofía. Era joven al fin y al cabo. Sus treinta y nueve años se presentaban llenos de aventuras. Ayudaba en muchas misiones en países donde la gente imploraba ayuda, y yo admiraba aquel esfuerzo. No era como muchos de los curas que habían alrededor y que se dedicaban a predicar estupideces en sus misas, y aunque tu padre también decía muchas en nombre de Dios, su humildad se lo compensaba.Fue aquella mañana cuando todo acabó. Él me llamó a las once. No lloraba, pero se podía notar la angustia atascada y hecha un ovillo de lana en su garganta. Colgué el teléfono y comprendí que ya te habías marchado; a otro lugar. Quizás al paraíso en el que tanto creíais tú y tu padre, quizás al limbo para vagar como una esclava de la muerte, o quizás te habían soterrado en el inframundo por aquella vez que te vi casi desnuda. Fuera cual fuese el destino, no te tocaba estar conmigo, y no lo pude soportar.Por la tarde, tu madre derramaba lágrimas viendo fotografías en blanco y negro de ti cuando eras chiquitita. Tu padre se bloqueó y el resto del día sólo se dedicó a orar por ti. Su dios le había arrebatado a su hermosa hija y creo que nunca lo comprendió. Aún así, respetó la decisión del señoromnipotente. Yo, me refugié en tu habitación y, sigiloso, cogí aquella blusa blanca tuya para oler, tan sólo una segunda vez, el aroma envuelta en ella.Pero dejé de recordar. Cuando me di cuenta, las sillas del jardín estaban todas vacías, y los de negro se habían marchado. Sólo quedaba tu lápida, ya enterrada bajo tierra, y mi alma moribunda, mojada bajo la punzante lluvia que caía del cielo.
No sé qué ha pasado.. que me he hecho un lío... :S

domingo, 18 de enero de 2009

Cycle of confusion




“Quítate la camiseta” me dijiste después de estamparme contra la pared. Yo asentí con la cabeza, y milésimas después, ésta se deslizaba por tu espalda y caía lentamente hasta el frío suelo de aquella casa. Tus manos se colaron por debajo de mi falda, mi boca mordía como un licántropo las carnes de tu cuerpo, y tu órgano mojado chupaba cual vampiro mi delicado cuello. Ambos sentíamos la presión del bluyín que llevabas puesto y entonces, casi fugazmente, hicimos que volara por los aires para que cayera, descolocado, sobre algún rincón del cuarto.
De repente sentí mis senos descubiertos y desnudos, y tú te apropiaste de ellos sin ni siquiera pedir permiso. El silencio fue interrumpido por mi agitante respiración, y fue entonces cuando me dijiste que me recostara sobre el lecho. Como una esclava, obedecí. Cerré los ojos y dejé que indagaras por dentro de mi cuerpo, esperando la luz radiante del placer. Yo intentaba besarte, tú no me dejabas. Las paredes retumbaban y la cama se movía golpeándola fuertemente. Mis manos se aferraban a los escabrosos y duros hierros de la cabecera del armazón, mis pelos se juntaban en una enmarañada bola sobre la almohada, y mi aguda voz aullaba bajo la luz de las velas. Tú no sentías nada, conmigo quiero decir. Tu cuerpo se dedicaba a sacarme el mayor partido recostado encima de mí, y con la cabeza agachada. No te paraste a mirarme ni una sola vez. “Ven, ponte encima” Mis piernas maniobraron hasta encontrarse líderes, aún así, sabía que eras tú quien sojuzgabas y controlabas todos los movimientos.
De repente, un viento apagó las velas, entonces aprovechaste para embelesarme más aún con el simple hecho de seguir haciéndome el amor. Más rápido. Tú no parabas de moverte, y en una ocasión, tus ojos se encontraron con los míos. Te sonreí con esperanza, pero giraste la cabeza intentando parecer que no lo habías visto. Aquello no era la primera vez que pasaba, ya habías rehusado de mí con anterioridad. De nuevo, mis labios buscaron el consuelo de tus besos, pero como siempre, sólo obtuvo la presión de tu sexo. Fue entonces cuando me cansé. Rápida, me aparté de ti, me levanté y te hice una señal con las manos para que me siguieras. No iba a permitir que me avasallaras una vez más.
Te llevé hasta el comedor, y con ojos perversos, dije. “Quítate la camiseta”- ya que ni siquiera antes te habías molestado en quitártela-. Aunque sólo me hacías falta de cintura para abajo, obedeciste sin rechistar. Tus dientes de vampiro buscaron la cálida sangre de mi cuerpo, pero mi instinto de licántropo te arañó el pecho mientras me disponía a sacarte el mayor rendimiento en aquella tarde. Encima tuya. Entonces tus colmillos se apartaron de mí algo confusos. Ya no intentaste volver a morderme, y comprendiste que yo me había dado cuenta del juego que pretendías desde un principio. Con mis manos, te até las muñecas contra el sofá; te hice prisionero con mi cuerpo, y con toda mi alma, deseé que sintieras el menor placer posible. Al fin y al cabo, tú también podías ser mi felpudo.

sábado, 17 de enero de 2009

Todo está relacionado...

Nada más cruzar la puerta de la entrada de aquel centro cultural de música y teatro, sentí cómo el frío se colaba por entre el escote de aquel vestido nuevo y el canalillo de mis pequeños pechos. Rápida, me abroché hasta el cuello el abrigo gris.
Dentro, los demás estaban apagando las luces, hablando entre ellos mientras fumaban cigarrillos y poniéndose las bufandas de colores y a rayas para combatir el frío de la nocje. Miré el oscuro cielo, y, seguidamente, la hora en mi reloj. Ya era casi la una de la madrugada. Tendría que darme prisa para llegar a casa, mis padres seguramente me estarían esperando recostados en su cama y tapados con los nuevos edredones de IKEA leyendo alguna novela de las muchas que tienen en su estantería, y me echarían la bronca por haber llegado tan tarde del ensayo. Era tan predecible…
Suspiré. Me dispuse a irme sin ni siquiera decir adiós.
-¡Norah!- gritó la voz de Jake tras verme cruzar a la otra acera- Se te olvida la caja con los zapatos.
Cuando me volví allí estaba él, con los brazos extendidos hacia mí y sosteniendo en la mano aquella caja.
-Hasta el domingo- me despedí con una sonrisa a la vez que cogía los zapatos después de haber vuelto a cruzar la carretera.
-Hasta el domingo…- y me devolvió la sonrisa.
Contemplé la caja cuando comencé, despacio, a caminar hacia casa. Dentro, había unos zapatos plateados de tacón. No eran míos. Ninguno de los que tenía llevaban tacón, yo ya era suficiente alta como para tener que soportar el dolor en los talones del pie una noche entera llevando unos zapatos incómodos. Aquellos me los había dejado una compañera de teatro para la obra. Se suponía que me hacían unas piernas más femeninas, una figura más esbelta y una actitud más fría y seductora, como el papel requería. Pero aquella era una de las primeras veces que había intentado caminar con zapatos altos, y en el escenario, más que fría y mala, parecía un pato medio mareado que gritaba cosas sin sentido.
Nada me salió bien en aquel ensayo. El profesor parecía echarme a mí sola la culpa de que la última escena- el alma de la obra- no nos saliera bien, cuando era la que menos protagonismo tenía. Suspiré otra vez, y cómo detestaba hacerlo.
Mientras mi paso- aunque firme, también algo lento- me dirigía hasta casa, mis pies notaban la comodidad después de casi tres horas con los dichosos zapatos puestos, y se agradecía.
El viento de invierno soplaba cada vez más frío. En cuanto llegara a casa, me desvestiría y pondría el pijama rápido para no congelarme; iría hasta la cocina, me prepararía un buen chocolate calentito, y luego, me pondría a escribir experiencias y cosas triviales como las de hoy mientras noto mi garganta arder con sabor a cacao.
Lo único que me consolaba en aquel momento era mi vestido nuevo, el hecho de ser viernes y, quizás, el recuerdo de la sonrisa que me dedicó Jake.

jueves, 15 de enero de 2009

Paradise in me


En mi mundo, el cielo no tiene límites.

El margen de los sueños no existe,
el borde de la locura se confunde
con el espeso mar abierto.

Las fronteras,
entre nuevos países
a los que acabo de dar historia y nombre,
no tienen control ni aduana.

Las sombras y las luces se abrazan
y se funden proyectando películas
en blanco, negro y gris.

La noche y el día crean metáforas
crepusculares, y epítetos de lunas plateadas.

Cráteres de soledad,
volcanes rebosando pasión, que,
luego más tarde,
la desbordan por aldeas perdidas
y ubicadas allá en la agitante marea
de guerra y paz.

En mi mundo, el cielo no tiene límites.

Las nubes son dulce algodón de azúcar;
De los árboles cuelgan manzanas de caramelo,
y sobre pétalos de lirios,
cristales de azúcar
se ven por la mañana.

En el cauce del río, corren los recuerdos
de los que nos queremos desprender
y desembocan en algún lugar,
y desembocan en el infinito,
y nunca desembocan.

No, en mi mundo, el cielo no tiene límites,
Sólo mortalidad.

Escombros atrapados entre escombros,
Carnes al rojo vivo
y niñas en columpios que vienen y van.

Aquí,
tus cabellos son finos hilos de oro;
tus ojos, dos mundos paralelos al mío;
tu sonrisa, una pequeña dosis de esperanza,
y tu cuerpo, mente y alma, prisioneros
en la infinidad de mi cielo

martes, 13 de enero de 2009

La Cuerda

Mis enromes y rasgados ojos verdes recorrieron asustados la habitación. Primero vieron la diminuta ventana de aquella buhardilla por donde la luz de la luna, brillante en aquel cielo negro, penetraba iluminando justamente en su cabeza. Después se fijaron en las escalerillas de metal, caídas y tiradas en el suelo de madera.
Tragué saliva. El silencio de la noche- y la viva madera que crujía de vez en cuando en aquel silencio- me atormentaba, incluso más que haberle visto de tal manera.
Aquel cuerpo inerte colgando del techo se balanceaba al son del poco viento que entraba por la ventana aquella fría noche de noviembre. Observé amedrentada la soga atada en aquellas vigas de madera y su cuello ahogado y lleno de cardenales. Sin dar crédito a lo que veía, creyendo que todo no era más que una horrible pesadilla, cerré la puerta repentinamente.
Respiré y me llevé las manos a la cabeza echando mi alborotado pelo hacia atrás. Despacio, volví a abrir la puerta para saber que la figura colgante había desvanecido y que todo lo anterior había sido fruto de mi infinita imaginación. Mientras lo hacía, notaba el fuerte latir del corazón. Sístole-Diástole, sístole-diástole, sístole-diástole. Lo sentía subir por la garganta y también cómo se volvía a deslizar hasta su cavidad. Pero nada había sido mi creación, Él seguía allí, colgando del techo y con la cabeza morada. Fue entonces cuando vomité el corazón entero y lo sostuve palpitante entre mis manos. Intenté gritar hasta que se me desgastara la voz, pero, sin comprender nada, me había quedado muda.
No había nada que ya pudiera hacer. Todo se había ido, o mejor dicho, había huido lleno de pudor. Quitarse la vida era cruel y egoísta. Muy egoísta. Pero ¿Por qué lo había hecho? Era algo que no podía concebir por mucho que intentara hallar una razón, y, además, en aquellas condiciones en las que mi mente estaba totalmente suspendida, era, irremediablemente, una estupidez buscar una razón cuerda. Me estremecí tras pensar esto último y miré de nuevo hacia arriba en busca de la soga.
Cuerda…Cuerda… Cuerda… y luego más tarde, muerte.

viernes, 9 de enero de 2009

jueves, 8 de enero de 2009

Un paréntesis a la historia :-)

No voy a echarme a llorar, ni siquiera me apetece. Quizás luego más tarde, o dentro de unos meses; a saber, yo lloro por todo, incluso de felicidad.
¿Queréis saber algo? Soy irreal, no existo. Esto que leéis no trata de mí, nunca lo hace, son sólo imaginaciones que vuelan sobre mi mente- volátil, por supuesto- y corretean torpemente riéndose de mí, y, ¿Sabéis por qué? Porque incluso hasta yo misma me trago mi propio cuento inventado.
No, no voy a llorar. No me siento triste ni siquiera un pelín. No quiero desencadenar el mismo drama una y otra y otra vez, y saber que quizás estoy algo loca, ida de la cabeza, porque no, no lo estoy, aunque de vez en cuando baile pegada en el borde de la majadería. Me gusta tentar a lo desconocido.
Y, ¡vaya!, tengo ganas de reír, de saciarme con carcajadas estruendosas y feas, reírme hasta hacerme doler el costado, la cabeza, y la barriga, y dibujar sobre mi frente esas enormes arrugas que tan bien sientan.
Porque, ¿Sabéis qué? quiero que os contagiéis de mi risa y que riáis conmigo por cosas que no tienen sentido...
Laura Martínez.

Vuelo destino: Quito (1)

Basada en hechos reales.
Ya nada podía ir peor. Yo intentaba mantener los ojos bien abiertos para apartar a un lado el miedo y creerme yo mismo que la valentía reinaba en mí, y morir, si así lo decidía el destino, con algo de clase. Pero la pistola en la sien y el miedo a que ésta se disparara era muchísimo más fuerte que cualquier sentimiento de honra, orgullo y coraje. La vida me pareció mucha más compleja ahora que la muerte amenazaba con rabia.
El calor húmedo y pegajoso de Quito, junto con la angustia que le tenía a morir, hacía que el sudor me cayera de la frente y empapara el polo blanco de manga corta que acababa de comprar en el hotel. La claridad entraba desde un extremo de aquel tunel que parecía no acabar nunca y donde unas viejas e inhabilitadas vías férreas lo atravesaban. Nadie pasaba por allí; poco a poco la tarde se iba consumiendo, y de noche, la muerte atormenta mucho más.
Habían cuatro extraños: tres nos apuntaban a cada uno de nosotros con una pistola, a mí en la cabeza y a las muchachas en el costado. El otro hombre, también con un arma en la mano, gritába órdenes y vociferaba casi histérico cuando, torpes, los otros tres incumplían lo que se les decía.
Cada vez que miraba a aquellas dos pobres chicas, daba gracias de que no estaba solo; morir en compañía me daba algo de fuerzas.
Mientras nos adentraban en aquel largo túnel, y nos agarraban con fuerza por los brazos para que no escapáramos, las dos muchachas gritaban desesperadas que nos dejaran marchar, pero aquellos cuatro extraños parecían no escuchar a sus plegarias. Se reían cuando veían el miedo en sus ojos, escupían en el suelo y luego seguían vociferando, empleando un mal lenguaje, que nos callásemos la boca. Sí, sin duda, no moriría solo, aunque lo cierto era que cualquier cosa que hicieran con nosotros, era fructífero para ellos. Quizás nos matarían y venderían nuestros órganos por cuatro centavos, o quizás a mi me robaban y me mataban asecas, y a las chicas las violaban o las prostituirían para ganar dinero fácil, mientras ellas trabajan en penosas condiciones sin asistencia ni revisión médica y con maltratos físicos y psicológicos, así como condiciones de mala higiene.
-Porfavor, no nos hagan daño-decían ya con apenas un hilillo de voz audible.
Los hombres seguían riendo mientras jugaban a apuntarnos con las armas.
-Cójanlo todo, pero déjenos ir.
Encolerizado de oírla suplicar, el extraño 4 alzó la mano y su pistola, a la vez que disparaba.Pero ninguna bala salió de ella. La muchacha de tanta angustia, devolvió toda la comida. Había visto la muerte tan cerca, que en un instante su mente se vió en la otra vida y su cuerpo perdió el control
-¿Para qué disparas, imbécil?- vociferó el extraño 2 con aquel típico acento latinoamericano .- Muerta no nos sirve.
-Calla, era para hacerla callar. Me estaba poniendo de los nervios.
Fue entonces cuando me armé de valor.
-Cobardes, abusáis de ella porque el miedo la paraliza. Dejarlas escapar y quedaros sólo conmigo.
Luego me arrepentí de tal acto. Primero, porque me disgustaba la idea de permanecer solo en aquel lugar con aquellos cuatro hombres; y segundo, porque el extraño número 2, que me agarraba del brazo tan fuerte que lo tenía ya amoratado, comenzó a golpearme en el vientre con su rodilla hasta hacerme vomitar sangre.
Comencé a recordar a mi familia en Madird. Seguramente deberían estar pensando que yo estaría en el hotel de la capital descansando porque mañana pilotaría 10 horas seguidas en un avión con 300 pasajeros, doce personas en la tripulación- y algún que otro chihuahua que se solían traer los de preferente- destino a casa. (...)
LauraMartínez

miércoles, 7 de enero de 2009

Según Ezequiel, yo soy la...

De hecho, esta foto me la ha mandado él :-)
pd: ya he llegado de mi viaje por esas tierras de Pontevedra! dentro de nada, me pongo de nuevo con las historias :-) Feliz año Nuevo, porcierto