miércoles, 28 de diciembre de 2016

Pretenciosos

Sentados con las piernas cruzadas, somos dos cuerpos libres que, desnudos, les gusta descubrir el calor del radiador. Hace mucho frío fuera. Tiritamos con el viento pero nada de eso importa, porque en abrazos nos derretimos y nos decimos cuánto nos queremos, que es mucho. Mientras tanto, la ciudad se pinta de gris y nosotros de furia; lo queremos todo. Somos rey y reina desempeñando nuestra particular cruzada. Ambos nos parecemos el chico y la chica más guapa. Nos hacemos creer nuestra valía. Somos igual de valiosos que el Sol en Gran Bretaña, y eso es muy pretencioso. Pero nos da igual. 

martes, 13 de diciembre de 2016

La boda

 (sueño)

Mi boda estaba llena de girasoles resplandecientes. Yo me visto con mesura en un bonito y elegante vestido blanco, sin florituras ni volantes. Plano, tan plano como el amor. El novio está conmigo en la misma habitación. Las supersticiones quedan para los demás, nosotros queremos compartir ese momento previo: dudar juntos, mirarnos a los ojos (qué profundos y verdes ojos los de él) y preguntarnos ¿de verdad queremos lanzarnos al abismo?

Yo estoy colocándome las últimas horquillas en el moño. Él llega y me despeina. “Así, como siempre”, dice. Le coloco los gemelos en los puños de la camisa. Todavía tiene la corbata desabrochada y, de repente, dando un pequeño brinco, me acuerdo de las flores. Me despido de él y bajo a la floristería del barrio. Voy con el vestido de novia por la calle, remangándome la falda. El florista me enseña lo que le queda: cardos lilas, flores secas y algún que otro cactus. Me apeno, porque había pensado en un ramo de gerberas. “También tenemos esto, pero no creo que te guste”. Entonces abre el armario de detrás del mostrados y ahí están las flores perfectas: tres girasoles dorados llenos de vida.

En el camino de vuelta a casa me encuentro a mis padres. Han venido a mi boda como si se tratase de una quedada de vinos en la plaza. Mis hermanos son pequeños y me abrazan. Cuando llegamos a casa, el novio saluda a la familia y me susurra: “estoy listo”. Me calma los nervios verle con la corbata atada.

Vamos los dos agarrados de la mano hacia el altar. El lugar está oscuro, no hay ninguna luz salvo la que mis girasoles brillantes desprenden. Allí estamos los dos, frente al altar, esperando a que alguien nos pregunte lo que se pregunta en todos los casamientos. Él asiente con la cabeza, como aprobando la acción. “Espera”, digo, y voy corriendo hacia donde se encuentra Elena y le entrego un girasol. Voy corriendo hacia donde se encuentra Daiana y le entrego un girasol. Regreso adonde se encuentra el novio y le entrego un girasol. Me quedo sin ramo y me despierto del sueño.