domingo, 7 de marzo de 2010

Perdido entre tanto encanto


Ayer soñé con un jinete.
Tenía capa y botas negras,
y sombrero y cinturón negro.
El caballo que montaba,
cuyo lomo acerado cabalgaba al son de la muerte,
era también oscuro,
como el azabache.

El jinete negro no tenía límites ni destino alguno.
Su objetivo principal se veía abrumado por la amargura de la indeterminación.
Pero, sin que eso fuese un problema,
seguía su paso a trote
mientras pasaba desiertos,
mientras descubría ríos y manantiales,
mientras se adentraba en selvas frondosas;
mientras cruzaba carreteras.
Mientras visitaba poblados.

El jinete negro era astuto,
como las ratas que nos roban la comida.
Era vil,
como la Cruela de Disney,
Y era impiadoso,
como el ser que no tiene conciencia.

Mi jinete negro mataba gente:
Les degollaba,
dejaba rodar cabezas,
extirpaba entrañas y vicios,
arrancaba ojos,
cortaba manos y pies.
Asfixiaba a mujeres,
violaba a niñas,
asesinaba a hombres
y comía la carne tierna de los muchachos.

El jinete negro era malvado,
despiadado,
insensible,
inhumano, rústico y bárbaro.
Era sanguinario,
temerario,
salvaje y fiero,
vándalo,
rudo.
Era sádico y violento.

Al jinete negro le encantaba la noche,
y sus manos ensangrentadas hurgaban en los pechos de mujeres ya muertas.
Blandía una única espada,
y con ella partía a la gente en dos.
y tres, cuatro y hasta en cinco cachos.
Oh, sí, el jinete negro quitaba vidas,
quemaba bosques,
y destrozaba cuerpos...

¡Pero qué bien me hacía el amor!

3 comentarios:

Juan Carlos dijo...

entonces... valia la pena!! ;)

AdR dijo...

Eso que ganamos los cabrones que vestimos de negro...

Besos.

Ruth dijo...

Patapám!