martes, 20 de noviembre de 2012

Diagrama


Te digo que muchas veces no entiendo muchas cosas
Cuando paso por ahí, ya sabes,
y me gritan que por qué no he pedido cita previa
El mundo está lleno de desinformación
Nadie te avisa, nadie te advierte
Me quedo sin explicaciones de citologías
Tome esto. Ingiera lo otro. Y ya está. Nada más
No me gusta alimentar a las multinacionales farmacéuticas
No me gusta alimentar otra cosa que no tenga que ver conmigo
Intenté una vez darte palomitas, siguiéndote el juego, y me sentí estúpida
No puedo
No puedo
Demasiadas cosas que no se me dan bien
Cómo envidio a los que se conforman con el amor
Llame a este número y le solucionaremos la vida en un momento
Debió usted apuntar el código de referencia
Lo siento, es que pensé que ya todo se hacía por escáner ocular
A mí, que se me traspapela todo siempre…
Quizá tenga razón, señor
Debí apuntar el código de referencia
Y no me mires así, a lo Hollywood
Detesto cuando me sonríes y me dices que sé demasiadas cosas
Bicho raro tú, que yo no inventé nada
Cuando llegué, el mundo ya estaba hecho
Me pregunto el porqué de tu pesimismo
Ya sé. El negro pega con todo

domingo, 11 de noviembre de 2012

Sylvia von Harden

Sylvia von Harden, Otto Dix. 1926
Sylvia von Harden tiene el pelo corto y las ojeras largas. Observa fijamente tras su monóculo empedernido las horas blandas del sexo ajeno. Con malicia y pretenciosidad, agarra su libreta y comienza a escribir sobre el pecado. Luego, sin darse cuenta, pega un sorbo a su gintonic y a su soledad. A ella no le importa estar sola porque fuma cigarrillos. En su vida desvanece todo menos el humo, que siempre le acompaña, hasta el punto de formarse una cortina agrisada y estable entorno a su lente, con la que escruta cuellos descubiertos y pantorrillas al aire. Le seduce el talante osado de los demás. Algún día, se dice, hará un reportaje sobre pantalones rotos y pechos tersos. 
Con su traje rojo a cuadros, siente cómo sangra su entrepierna. Desliza suavemente la mano hasta pringarse de su mes, y piensa que quien quiera follarle debe ser sin condiciones. No le gusta creer en la existencia de lo prohibido, por eso ha intentado olvidar cualquier regla pautada. El amor lo inventaron publicistas para vender medias. Ella sabe lo que debe saber acerca de la grosería del calendario. Cuando no le interesa algo, se hace la tonta. Ich lasse das Leben auf mich regnen. Votaría a un caníbal como presidente, o a alguien que fumase tabaco sin filtro. Las mujeres deberían también tener vidas sin filtros. Que se escape todo por el desagüe de la ducha: el pelo que se cae, el agua sucia que ha dejado el cuerpo y las largas estrofas de canciones que digan cosas como 'te necesito', 'abrázame fuerte' o 'soy tuya'. Desde la mesa de mármol, von Harden sigue atenta. Sabe que todo es un espectáculo, desde el hasta la. Su caja de cerillas se va vaciando y la piel de su rodilla va transformándose en pellejo que cuelga. Quien quiera follarle, debe ser sin condiciones. Le cuelga también la complejidad de los hombros. Pero pronto caerá para perderse, junto con las canciones, por el desagüe de la ducha. 

jueves, 8 de noviembre de 2012

Cuentos de Susana #3

Es raro, piensa Susana. Se ha despertado proyectando el Aschenbach de Thomas Mann. Desde la cama, observa al gondolero, de palidez física y anímica, remando en las infectas del canal para llevarle hasta el final de la muerte. Como si la muerte tuviera un cauce. Como si la muerte tuviera un cauce. Lo formula dos veces porque le gusta escuchar su voz evocando la resignación humana. Mann era un maldito marica, piensa. Buscar la inspiración y encontrarla en un joven rubio de aspecto querúbico es de ser maricas. Se pregunta qué haría ella si alguna vez sintiera que la belleza de otra mujer le brindase inspiración. Sería lesbiana,  se dice, bisexual, o heteroflexible, o heteropalmoymedio, o cualquier término infame que le adscribiese a revistas progres de orgullos absurdos. Pero no es ninguna de esas cosas. No le gusta la fruta bomba. Y, sin querer, se imagina a Tere, la vecina, que grita desde la ventana contándole su extravagante cotidianidad (que si he ido al médico con el nene, que me cagaba muy blando, que si estoy harta de fregar cacharras, se me van a poner las manos viejas, que si Arturo llega tarde del trabajo siempre pero, oye chica, lo bien que estoy sola en casa sin que nadie me moleste; que si se alisa o se hace la permanente en el pelo, que si ahora han sacado unas pastillas naturales de no sé qué historia con propiedades anticelulíticas…). Se la imagina desnuda, con su cintura delgada y su pecho exuberante que acaba de lactar. Ahora que lo piensa, es igual de blanca que el gondolero de Mann. Es igual de desabrida. Y su vacua charla desde el ventanal, es ese cauce hasta la muerte.



¡Tadzio, oh Tadzio!



EL MICROCUENTO FAVORITO DEL PADRE DE SUSANA

Angustias / ¡Ay! / detestaba su nombre / Cuando cumplió los dieciocho, decidió cambiárselo por el de María de los Dolores.

viernes, 2 de noviembre de 2012

ESPEJO

Lo supe en cuanto me vi. Los espejos me lo dijeron con voz de locutor de radio. Porque hablan, como hablan los hombres de gafapasta y pelo alborotado, pausados y profundos. Pero tanta profundidad queda al ras de la tierra. Cántame, le digo al reflejo de los escaparates. Cántame, escúpeme, detéstame, como detestan los fumadores haber perdido el mechero. Ya no tengo fuego. Me vi y lo supe. He perdido la llama de andar en tacones y pintarme de rojo los labios. Duermen aletargados en días de cafés y noches de vino. Y tú que me dices que la vida no está para pensarla. Y yo que me pierdo, me atrapo en el tiempo rememorando una fecha y unas horas. Yo me calzaba de antiromanticismo y tú me cubrías de piel. Nos abrazábamos y éramos dos. Eso me encantaba. Y ahora que ya no sé dónde estás, me siento uno. Con lo que a mí me gustaba la mesa con dos cucharillas y dos terrones de azúcar. Siempre he dejado que cogieras el mío. Soy amarga como el mate. Una tostada y un corto de café. Nunca pedimos otra cosa.      
Mancillamos la calle, limpiamos la cama, y sólo se me ocurre escribirte que cuando se destapa, ya no se siente la misma. Me achaca la culpa de haberte perdido. Pero yo nunca te he perdido, siempre acabas buscándome, a la distancia, para decirme que me deje de mirar en los espejos.