viernes, 20 de marzo de 2020

Día 5 de confinamiento


Me ha despertado una pesadilla. Creo que he balbuceado algo apocalíptico de manera inconsciente. Samu me ha besado la frente y me ha dicho que todo está bien. Le he mirado y le he preguntado si me quiere. Me ha dicho que sí y el susto del mal sueño se ha pasado. He saltado de la cama y me he vestido, con ganas de coqueteo, para ir a la compra.  Teníamos suficiente comida, pero faltaban huevos, queso y aire fresco. Así que he salido con mis propias bolsas y la bici a punto. Me he despedido como si fuera a la guerra. En cuanto he rodado un poco me he sentido culpable: ¿eran tan necesario los huevos y el queso? En el camino me he topado con la policía a caballo, ellos también me han visto y con un gesto feo de policía, me han reclamado a su lado. “¿A dónde crees que vas?”. Por un momento he pensado que sabían que tenía la nevera suficientemente llena. Yo soy de las que se asustan rápido con la autoridad y lo han olido. Al final no ha pasado nada, me he despedido con un "buen día" que no me han devuelto. 

En la cola del súper me he acordado de mis abuelos. Hoy los llamo, pienso. Estoy preocupada: ¿habrán salido los días previos? ¿habrán recibido visitas? ¿se llevarán las manos con coronavirus a la cara? He comprado huevos, queso y algo más, y me he ido a casa. Al final, dentro no se está tan mal. Las calles solitarias no dan tanta impresión como el viento que silba en los oídos con la velocidad de la bici corriendo por esas calles vacías. Con el silbido en primer plano, he visto al otro lado del río aquel bar que tenía pensado inaugurar esta semana. Cerrado. Vacío. Nunca ha servido una caña. Me imagino a su dueño (porque es dueño); me quiero poner en su lugar. Con lo agorera que soy, pensaría que es una señal divina. Pero lo que realmente es, es pura mala suerte. Llego a casa, deshago la compra, llamo a mi abuela. Me encanta su risa agudilla. Le he dicho que se lave las manos, que no de besos, que ya llegarán. Los míos y los de todos. Me imagino un mundo distópico en el que los besos están prohibidos. Qué seríamos sin besos. Cuelgo.