No nos besamos bajo el muérdago que la vecina tenía colgado en el porche, pero me dio igual.
Estas navidades están más llenas que de eso, y no lo digo por el pavo, turrones y repostería alemana, no.
La nieve cae despacio y densa, y la música suena por toda la ciudad.
Las mañanas son claras y, a pesar de estar a muchos grados bajo cero, el aire cálido invade el hogar- quizás porque la calefacción en esta época del año está puesta en su máxima potencia-.
Suenan villancicos (que por suerte no son españoles) y el mundo del cascanueces reaparece de forma real a las doce de la mañana en el reloj de aquella fuente en la plaza.
Los lagos se congelan y las niñas como yo patinan con paciencia y tranquilidad por el hielo mientras contemplan lucecitas brillar desde un abeto. Otros, sin embargo, hacen largos de un lado para otro y una doble mortal hacia atrás con sus patines de filo cortante.
El Grinch se ha despertado para robarnos los regalos y colarse por las ventanas, y tomó- ¿prestado?-todo lo que tenía a mano, pero no la alegría, no la frustración, no los sentimientos...
Y todos quieren ser ya gato jazz, para poder improvisar- y más canciones de la infancia- y reminiscencias escolares, y coles rojas que no comía y ahora se devoran. Como la bruja de Rapunzzel.
2 comentarios:
demasiada dulce..navidad..
vino hirviend??espero que sea en comida..xq xa beber ^^
Qué linda entrada. La navidad del otro lado del mundo...
Saludos, y felicidades!
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