-No. ¡Están copiados a ojo!_ vociferó enfadada porque yo había insinuado que los había calcado_ Si tú no sabes hacerlos mejor, no es mi problema.
Y tras aquello, enojada, se levantó y comenzó a recoger sus cosas algo molesta.
Ambos aspirábamos a artistas, aunque ella, además, también quería ser actriz: le encantaba el arte dramático. ¡Y nunca un término mejor! Ella era la reina del drama. Exaltaba su voz cada vez que intentaba llamar la atención y dramatizaba siempre el momento con unas lagrimillas y añadiendo siempre estas palabras: “¡Oh, es que me encuentro fatal! ¿No lo entiendes?” Eran automáticas cuando veía que se estaba comportando como una cría, (de hecho, todavía no llegaba a ser adulta).
Parecía una maniática incontrolable, una pobre víctima más de sus propias palabras.
Yo sabía que tendría que recoger mis cosas de la mesa y salir corriendo tras ella hasta alcanzarla si no quería que el asunto se pusiera feo.
-Sarah, espera…- le dije, medio gritando para que me pudiera oír.
Me conocía la historia de memoria: a ella en realidad le gusta que le persiga porque así se siente importante, por eso corre cada vez más aprisa cuando se percata de que yo la estoy siguiendo, y así sabrá si soy capaz de correr tras ella más aún, y cuando la alcance, se girará, me abrazará y me pedirá perdón por lo egoísta que ha sido. Y de hecho, así sucedió:
-Lo siento,-dijo, todavía abrazada a mi cuello- lo siento…
Yo le acariciaba sus finos rizos lentamente con una mano, mientras que con la otra le rodeaba la cintura.
En cierta forma la entendía: su vida no en aquellos momentos no pasaba por buena fase. De vez en cuando me contaba algunas cosillas de su entorno familiar, y resultaban ser algo tristes. Ahora más que nunca, (aunque siempre lo ha necesitado) necesitaba atención. Un par de mimos, unas caricias y cuatro piropos; aquello siempre resultaba y se sonrojaba a la vez que te sonreía, y tú agradecías esa diminuta sonrisa, que significaba en realidad un “gracias” a tus halagos.
-¿Crees que podrás perdonarme?- un hilillo de voz fue lo que le salió a la pobre.
Yo sonreí sin que pudiera verme, ya que estábamos todavía abrazados.
-Tonterías; no tengo que perdonar nada.
Se soltó de mi cuello, me dio un beso en la mejilla, y añadió:
-Eres un gran amigo.
Yo asentí con tristeza, porque en el fondo, ambos sabíamos que yo aspiraba a algo más.
Laura Martínez García.
jueves, 10 de abril de 2008
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6 comentarios:
Yo también quiero un amigo así que te conoce de memoria y encima es comprensivo. ¿Dónde está la cola?
Un abrazo
bonita ilustración. es tuya?
por desgracia no tengo el arte de la pintura...
no desaparezco, sólo me mudo, cuando comience a escribir en mi nuevo blog te aviso.
besos
Un poco crudo el final, nunca podría ser amigo de una máquina completamente predecible, que achaca todo a las circunstancias.
Me gustó mucho la historia!! El beso fianl, el mejor! :)
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