-Si estás enfadado con la vida no es mi problema- vociferó medio llorando, incluso con resquemor.
Todo quedó en silencio. A su marido se le notaba el nudo en la garganta y los ojos llenos de lágrimas a punto de explotar.
Pero lo peor no fue aquello: sus hijos estaban delante cuando ella vociferó esto último.
La hija mayor ya sabía cómo estaban las cosas desde hacía tiempo, pero no consentiría que su hermano pequeño se percatase de la situación.
Tras aquel comentario, el padre abandonó el paseo por la playa y regresó al coche. La madre se posó sobre la barandilla que había justo en el paseo marítimo, cabizbaja y algo arrepentida, a pesar de que su orgullo le pudo y no pidió perdón.
El pequeño se acercó al oído de su hermana y le susurró:
-¿Crees que papá y mamá se van a separar?
-No cariño- le sonrió ésta- Solo que ahora están enfadados, como cuando tú y yo nos peleamos, pero luego hacemos las paces…
-¡Ah! Se están haciendo de rabiar ¿No?
La hermana rió un poco.
-Sí, algo parecido.
Y tras aquello, le agarró de la mano y siguieron paseando por la playa. La madre no lo impidió, ya que sabía que ambos hijos huían de la tensa situación.
Hermano y hermana, sentían el tacto de la arena colarse entre sus pequeños dedos; el pequeño giraba la cabeza para mirar a su madre, que seguía sumergida en su propia tristeza por la pequeña infamia que había cometido durante mucho tiempo. La mayor, sin embargo, no quiso girar su cabeza para contemplarla. ¿Hasta cuándo iba a durar el siembro de la semilla negra? Laura Martínez
Todo quedó en silencio. A su marido se le notaba el nudo en la garganta y los ojos llenos de lágrimas a punto de explotar.
Pero lo peor no fue aquello: sus hijos estaban delante cuando ella vociferó esto último.

La hija mayor ya sabía cómo estaban las cosas desde hacía tiempo, pero no consentiría que su hermano pequeño se percatase de la situación.
Tras aquel comentario, el padre abandonó el paseo por la playa y regresó al coche. La madre se posó sobre la barandilla que había justo en el paseo marítimo, cabizbaja y algo arrepentida, a pesar de que su orgullo le pudo y no pidió perdón.
El pequeño se acercó al oído de su hermana y le susurró:
-¿Crees que papá y mamá se van a separar?
-No cariño- le sonrió ésta- Solo que ahora están enfadados, como cuando tú y yo nos peleamos, pero luego hacemos las paces…
-¡Ah! Se están haciendo de rabiar ¿No?
La hermana rió un poco.
-Sí, algo parecido.
Y tras aquello, le agarró de la mano y siguieron paseando por la playa. La madre no lo impidió, ya que sabía que ambos hijos huían de la tensa situación.
Hermano y hermana, sentían el tacto de la arena colarse entre sus pequeños dedos; el pequeño giraba la cabeza para mirar a su madre, que seguía sumergida en su propia tristeza por la pequeña infamia que había cometido durante mucho tiempo. La mayor, sin embargo, no quiso girar su cabeza para contemplarla. ¿Hasta cuándo iba a durar el siembro de la semilla negra? Laura Martínez