miércoles, 26 de marzo de 2008

LA INDIA

Todavía sentía el calor del fuego. Nos alumbraba y protegía de la noche y sus peligros; nos protegía de aquel negro oscuro y del frío; frío que apenas sentía.
Su cuerpo danzaba al son de los tambores, que estos sonaban al compás del ulular del búho y el silbido de los grillos.
Todo su cuerpo, sus cabellos y sus ropas ondulaban como las llamas del fuego y éste soltaba chispas de pasión.
Yo la contemplaba; era lo único que podía hacer. Mis pupilas se dilataban cada vez que ella se fijaba en mí; me ponía nervioso.
Los indígenas cantaban, y el silencio era invadido por aquellos cantos y aquella música; música que jamás escucharé en ningún otro sitio, pero aún así, sólo podía fijarme en ella.
Los cantos, los tambores, el búho y los grillos eran parte del segundo plano. Sólo podía contemplarla, mirarla, y seguir su cuerpo con los ojos.
Todo era perfecto. Su piel tostada y brillante emanaba suficiente luz para alumbrar la zona; su cabello era negro, largo y lacio, con pequeñas trenzas a los laterales adornando, y una cinta alrededor de la cabeza, de un color rojo fuego.
Su cuerpo esbelto y medio desnudo seguía moviéndose con aquellos “trapos” de pieles que le tapaban sus pechos y sexo. Sus ojos irradiaban, su sonrisa leve era protagonista de su mirada perfecta, y su nariz pequeña y redondita le daba su carácter. Sí, todo era perfecto.
El jefe indio fumaba la pipa de la Paz, sentado en cima de una alfombra de pieles de conejos. Reía. De vez en cuando me miraba y me ofrecía carne de búfalo. No me atraía nada aquella carne, pero rechazarla sería una ofensa, así es que asintiendo con la cabeza di las gracias. La sangre de aquella carne medio cruda se encontraba en la base del cuenco de madera, y las moscas se posaban de vez en cuando en ella. Cerré los ojos y comí, aunque por un solo segundo, pues no quería dejar de observarla.
Toda la fiesta fue emocionante, los tambores, el fuego, la danza, la carne de búfalo, la noche, la india, el calor... incluso el sudor que éste hacía que desprendiera.
No podía resistirlo; pero indignado me acerqué a mi tienda dispuesto a dormir. Me arropé con las pieles y cerré los ojos medio cansados.
De repente, la India entró. Sí, aquella preciosidad se percató de mi deseo y trató de saciarlo.
Entró medio desnuda, y en unas milésimas de segundo, su cuerpo ya no estaba tapado con nada. Vi sus ropas deslizarse por su cuerpo hasta caer al suelo; vi su mirada perversa y pícara observándome, vi su silueta perfecta. La vi indefensa y a la vez fuerte.
Decidida, se acercó a mí, con aquellos andares airosos que tenía; yo sudaba, pero ella se seguía acercando sin percatarse de mis nervios, nervios por la expectativa de que la noche guardase algún travieso placer.
En un instante indescriptible, su cuerpo desnudo se posó en cima del mío, y nos fundimos en un solo y único ser. Nuestros cuerpos se unieron, como se unen dos imanes de polos opuestos, rechazando cualquier espacio vital que pudiera existir en aquel momento. Mientras nosotros sentíamos la pasión, el fuego, afuera, chispeaba con más intensidad. El canto de los indios sonó más fuerte, y el sonido de los tambores eran más intensos y fuertes que nunca. Comenzaron a aparecer estrellas en el cielo y se alinearon y brillaban en el cielo, pero no había estrella más singular, que hubiera podido ver nunca, que aquella hermosa india.


Laura Martínez.

7 comentarios:

Miguel A. Pazos Fernández dijo...

He indagado mucho sobre la historia de los indígenas. Es un tema realmente apasionante.

Un saludo

Electric Feel dijo...

Hermoza & apasionante historia, que lei en otra ocasion en la asociacion :)
Saludos

Anónimo dijo...

HOLA LAU
GRACIAS POR RESPONDERME EN EL BLOG DE ELBUENESCRIBIR AUNQUE HUBIERA PREFERIDO QU EME LO DIGAS EN EL MIO http://frgmentos.blogspot.com/ soy el del CANTO LIBRE
me gusto tu blog...me encanta saber que somos una multitud de gente enamorada de esta pasion por las letras. te estare viendo
un beso

Jaime Daniel dijo...

Me gustó tu historia, es una pasión in crescendo... claro que contada a un ritmo tan frenético como la danza de la india de tu cuento, y el clímax nada que decir. Que sigan sonando los tambores!!!

Con respecto a tu relato anterior lo leeré con mayor detención cuando tenga más tiempo y te comento.

Un beso

Anónimo dijo...

Ya he vuelto de vacaciones y quería agradecerte tu comentario.
Me ha gustado este texto ¿es tuyo?... si es así me gusta como lo has narrado, tiene fuerza y sensibilidad.
Saludos

Abril dijo...

tambores, fuego, danza, noche... gran combinación para desatar historias como estas...quien fuera "la India", jeje

gracias por el enlace, y por tus comentarios


besos

tipito X dijo...

Las indias son maravillosas, me considero afortunado (y mucho) por hecho de haber nacido de este lado del Atlántico.

Porque no sólo es cuestión de búfalos y pieles rojas, también es cuestión de tlayudas, de huipiles, de tierra amarilla y de mil cosas que las hace sensuales y que hacen que uno quisiera no dejarlas nunca jamás.

Saludos y esas cosas.