domingo, 11 de noviembre de 2012

Sylvia von Harden

Sylvia von Harden, Otto Dix. 1926
Sylvia von Harden tiene el pelo corto y las ojeras largas. Observa fijamente tras su monóculo empedernido las horas blandas del sexo ajeno. Con malicia y pretenciosidad, agarra su libreta y comienza a escribir sobre el pecado. Luego, sin darse cuenta, pega un sorbo a su gintonic y a su soledad. A ella no le importa estar sola porque fuma cigarrillos. En su vida desvanece todo menos el humo, que siempre le acompaña, hasta el punto de formarse una cortina agrisada y estable entorno a su lente, con la que escruta cuellos descubiertos y pantorrillas al aire. Le seduce el talante osado de los demás. Algún día, se dice, hará un reportaje sobre pantalones rotos y pechos tersos. 
Con su traje rojo a cuadros, siente cómo sangra su entrepierna. Desliza suavemente la mano hasta pringarse de su mes, y piensa que quien quiera follarle debe ser sin condiciones. No le gusta creer en la existencia de lo prohibido, por eso ha intentado olvidar cualquier regla pautada. El amor lo inventaron publicistas para vender medias. Ella sabe lo que debe saber acerca de la grosería del calendario. Cuando no le interesa algo, se hace la tonta. Ich lasse das Leben auf mich regnen. Votaría a un caníbal como presidente, o a alguien que fumase tabaco sin filtro. Las mujeres deberían también tener vidas sin filtros. Que se escape todo por el desagüe de la ducha: el pelo que se cae, el agua sucia que ha dejado el cuerpo y las largas estrofas de canciones que digan cosas como 'te necesito', 'abrázame fuerte' o 'soy tuya'. Desde la mesa de mármol, von Harden sigue atenta. Sabe que todo es un espectáculo, desde el hasta la. Su caja de cerillas se va vaciando y la piel de su rodilla va transformándose en pellejo que cuelga. Quien quiera follarle, debe ser sin condiciones. Le cuelga también la complejidad de los hombros. Pero pronto caerá para perderse, junto con las canciones, por el desagüe de la ducha. 

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