viernes, 6 de febrero de 2009

Rabia y Sangre

No pudo sino más que desatar su ira que se contemplaba en su faz seria y cabreada, y entonces, llegó la destrucción. Malévolo, frívolo y sin escrúpulos alguno.
Dejó caer el cuerpo y, desde abajo, se escuchó cómo se había desplomado en el crujiente suelo de madera. Yo tenía miedo; no de él, sino de ella, de que se hubiera ido para siempre.
Mientras se peleaban, yo les tapaba los oídos a mis hermanos pequeños y ellos cerraban los ojos y hacían presión con los labios, siendo conscientes de la enésima pelea de papá y mamá que desembocaba en paliza.
Creo que esta vez comenzó por una blusa azul mal planchada. Él tenía que marcharse al trabajo cuando, en un arrebato, mientras se ponía la camisa, la llamó a voces: “Julia… ¡Julia!” “¿Qué pasa, porqué gritas?” La voz de mamá siempre fue melosa. “¿Qué coño es esto, eh?” dijo él seguramente señalando una diminuta arruga de la blusa y luego le atestó un bofetón. “Pero… qué… es esto…” Mamá intentaba pedir perdón, pero su voz se apagaba con los puñetazos que le atizaba papá.
Y así comenzó todo, pero tras un fuerte golpe con algo parecido a una vasija o un jarrón, los gritos exasperados de mamá y los constantes insultos de la bestia, ya habían cesado, y fue tras el estrepitoso ruido de los cristales rotos cuando se hizo el silencio. Por último, escuché el golpe seco del cuerpo de mamá. Cuando eso sucedió, apreté las dos diminutas cabezas de mis hermanos sobre mi pecho a la vez que los abrazaba fuertemente, creo que apenas podían respirar. Pero lo más importante era mantener los ojos bien secos a pesar de todo.
Papá bajó rápido por las escaleras. Su cara transmitía su odio mezclado con una dosis de arrepentimiento. Nunca lo había visto de tal manera. Observé su camisa y sus manos bañadas en un color rojo oscuro. Ya olía a sangre a distancia. A su sangre. A mamá.
“La has matado…” susurré con un hilillo de voz. “¡La has matado!” Otro día quizás hubiera tenido miedo, pero ya nada me asustaba. “¡Cabrón de mierda, la has matada hijo de puta!” Sin saber porqué, no se acercó a mí en ningún momento. Se contempló las manos mientras yo despotricaba frases emergentes del odio, la rabia y la impotencia, y se las llevó a la cabeza impregnando su- asqueroso- pelo moreno con aquella sangre espesa. No se merecía nada que tuviera que ver con mamá, ni siquiera pringarse con su sangre.
Mis hermanos se desprendieron de mí y se acurrucaron en el sofá. Ya se tapaban ellos solos los oídos. Estaban asustados. Aterrados. Amedrentados. Yo seguía gritando como una loca, incluso sentía cómo la voz se me desgarraba en la garganta: “¡La has matado, la has matado, cabrón!¡Has tenido el valor de matarla, maldito hijo de puta! ” Me acerqué a él sin temor y comencé a atizarle con mis endebles manos unos puñetazos de los que apenas sentía nada. Cansado, él me agarró del brazo con una fuerza bestial “Para… ¡Que pares joder!” me dijo, y de nuevo noté en su voz aquella dosis de arrepentimiento. Estaba asustado de lo que acababa de hacer, pero yo, sin darme pena alguna, le seguía propinando aquellos golpes que parecían caricias y me soltó hacia un lado cayendo yo de culo.
Él salió un momento al jardín a fumarse uno de aquellos cigarrillos que estropeaban los pulmones y que hacía que todas las mañanas tosiera como un viejo. ¡Te murieras asfixiado en un ataque de tos, maldito cabronazo! Grité mientras le observaba por el ventanal que daba al patio de fuera. Subí corriendo a ver a mamá. El palpitante corazón me golpeaba dentro de mi cuerpo y lo sentía como un fuerte martillo. Me dolía. Parecía que de un momento a otro me iba a explotar el pecho o iba a salirme por la boca. Ciertamente, cuando vi el charco de sangre que brotaba de la cabeza de mamá, me entraron ganas de vomitar. Me llevé las manos a la boca y mi estómago se contrajo. Mientras, la sangre de mamá se escurría entre las oscuras tablillas de madera.
Pisé con los zapatos el jarrón hecho añicos en el suelo. Luego observé que no me había equivocado, la bestia le atizó un golpe con él y entonces, ella murió en el acto. También le sangraban las narices y llevaba marcadas las mejillas.
Me postré ante ella de rodillas, y sin importarme rociarme de su muerte, me abalancé sobre su cuerpo estrechando fuertemente su vientre, aquel lugar donde me había ofrecido cobijo durante mis primeros meses de vida, contra mi sien. Rompí a llorar con un sollozo ahogado. Notaba el nudo de rabia en la garganta, y ésta amenazaba brillante como un cuchillo afilado expuesto a la luz. Tenía ganas de romper y reventar cosas, de gritar, patalear, destrozar el mundo con todas las personas en él, prender fuego a la casa y luego salir corriendo mientras observaba a mi padre arder dentro.
Ya todo me daba igual. Me daba igual su esencia de padre, me daba igual ponerme a su altura… Me daba igual convertirme durante unos minutos en una asesina.

7 comentarios:

Francisco José Peña Rodríguez dijo...

Way!!!!!

Apát Lajos dijo...

¿Vas ordenando ya tus escritos para su publicación? :)

Þórunn dijo...

No hay nada mejor que empezar las mañanas con un yogurt de coco y una de tus historias(aunque sean trágicas) :D

Belén dijo...

Y nunca mas a la actualidad...

Besicos

Laura dijo...

Apát, no xD.
Pórunn, antes engullía yogurts de coco de dos en dos, pero los acabé aborreciendo y hasta odiando. Me quedo con el natural. Y , ¡ah! me alegro que te guste, porsupuesto
:-)

Belén, no, nunca más...

Laura dijo...

http://www.margencero.com/musica/tibet/conflicto_tibetano.htm
http://www.elperiodico.com/blogs/blogs/eliseooliveras/archive/2008/10/31/las-causas-de-la-nueva-guerra-en-congo.aspx
http://es.wikipedia.org/wiki/Conflicto_Chad-Sud%C3%A1n
http://www.combonianos.com/MNDigital/revista/2008/mayo/04.htm
http://es.wikipedia.org/wiki/Conflicto_de_Darfur

AdR dijo...

Te he visto poco contenida en este texto. Pero eso no es ni malo ni bueno, depende de cómo lo mires, al llevar como título la palabra Rabia... no podría ser de otra manera, claro.

Sea como fuere... enganchas.

Besos