miércoles, 11 de febrero de 2009

Can't we be friends?



Las extravagantes lámparas caían como arañas del techo acristalado, las mesas del comedor estaban todas preparadas con cubertería de plata, y al lado de cada una, nos esperaba nuestro respectivo camarero. En total había más de ochenta, vestidos todos de blanco y negro con una pajarita.

Los músicos tocaban en directo canciones de salón y el guapo y joven atractivo muchahco negro me dedicó una de sus sonrisas más pícaras. Ya había hablado con él antes. Sus pelos a lo afro y su pendiente en la oreja me encantaban, pero lo que casi hizo que me enamorase de él fueron sus manos en el piano y aquella sonrisa tentadora. y la azafata nos había encaminado hasta la cubierta para saludar al capitán aquella noche de gala. Tras un apretón de manos entre hombres y un afectuoso beso en la mano para las mujeres, mi familia y yo sonreíamos falsamente como idiotas postrados ante ese fondo color azul cielo que era terriblemente horroroso. El barco apenas se tambaleaba en la mar. “Decir: ¡Crucero 2008!” El flash de la gigantesca cámara me cegó por un momento, segundos después, el turno de la siguiente familia nos echó rápido del lugar.

Observé contenta a la gente, que vestía trajes galantes- algunos bien horteros- y recogían sus sedosos pelos con horquillas que llevaban piedrecitas brillantes incrustadas. Otros vestían con trajes de lino y suéteres del mismo color que el fondo para hacerse la foto. “¿Dónde vais?” preguntó mamá. Los pequeños fueron a jugar con un niño que acababan de conocer, y entonces yo aproveché para acercarme a la barra del bar y pedirme uno de aquellos San Franciscos que tan ricos estaban. El camarero me miraba de reojo mientras lo preparaba, y cuando me lo sirvió, me entregó junto a él una nota anónima. “You are the most beutifull woman in this ship” Sonreí, y tras volverme y mirar quién podría haber sido, decidí volver con mis padres.

Aparentemente todo iba genial. Papá y mamá reían en la mesa de aquel gran comedor mientras yo contaba chistes malos, y la familia de enfrente nos hablaba con el glamour que nosotros nunca tuvimos pero que aquella noche pudimos aparentar perfectamente. La música nos seguía acompañando, y los camareros servían vinos caros, y platos cocinados por uno de los mejores chefs de no recuerdo qué sitio.

Todo sucedió después de tomar aquel riquísimo soufflé de limón. Las luces se apagaron repentinamente y los motores del barco dejaron de funcionar. Las voces de sorpresa de las gentes sonaron al mismo tiempo que los músicos dejaron de tocar. No se veía nada, estábamos dentro del barco, sin ningún ojo de buey que nos alertara qué pasaba en el mar; estábamos alejados de la cubierta. Las quinientas personas del comedor empezaron a levantarse nerviosas y a intentar subir aquellas escaleras aterciopeladas -de azul también- que dirigían a las habitaciones y al casino. Los niños pequeños comenzaron a gritar los nombres de sus madres, y la mía, histérica, gritaba el nombre de sus hijos. Todo parecía un caos. Yo me preguntaba porqué tanto descontrol, e intentando mantener la calma, me resistía a que la gente me contagiara su insensatez.

Había pasado unos minutos desde que las luces se habían ido, y en aquellos instantes lo único que se me ocurría era fugarme con mi hombre negro de la sonrisa pícara hasta su camarote y perderme en su cuerpo durante unas cuantas horas. Lo intenté divisar en la oscuridad postrado en el rinconcito de la orquesta, y cuando lo diferencié por aquella enorme melena, fue cuando la luz volvió.

La gente dejó de gritar entonces y comenzó a aplaudir como tonta. El capitán se levantó de su mesa y con una copa en la mano levantada, propuso un brindis por aquel maravilloso viaje en las aguas del Mediterráneo.

Después, yo me puse de morritos porque mi negrito había dejado de tocar, y seguí tomándome aquel soufflé tan bueno. Aun así, no me di por vencida: todavía teníamos que asistir al baile. Seguramente tocarían algo de jazz, y luego, cuando una de las canciones terminase, iría a preguntarle a mi negrito si querría ser mi amigo, y más tarde, sin duda, lo invitaría a mover un poco el esqueleto, y, esto último, que él lo interpretase como quisiera.

4 comentarios:

Francisco José Peña Rodríguez dijo...

Tramposa!!! Sales genial en la foto!!! Tú has hecho la cámara!!! Así no vale... Es increíble. Me voy a ir a tu pueblo y me vas a pagar el desayuno más caro del Starbucks de Alicante.

AdR dijo...

¡Qué ligona! :)

Galina dijo...

Pero no cuentas si pasó algo con el negro o el de la notita. :)
Fran. Que perra tienes con los starbucks, dicho sea sin mala intención.
Ni atada conseguirían meterme a mí en uno.

Laura dijo...

No volví a saber nada más del de la nota.... Y el negrito... él seguía tocando en su organillo música jazz y bossa-nova y de vez en cuando en el piano de cola del comedor. Por eso siempre me levantaba para ir al aseo y así poderle dedicar una de mis miradas de estas que pongo- no sé si con superioridad también- pero así de creidilla xD... y asistía a todos los talleres que hacía.. sí, nos hicimos amigos xD