sábado, 17 de enero de 2009

Todo está relacionado...

Nada más cruzar la puerta de la entrada de aquel centro cultural de música y teatro, sentí cómo el frío se colaba por entre el escote de aquel vestido nuevo y el canalillo de mis pequeños pechos. Rápida, me abroché hasta el cuello el abrigo gris.
Dentro, los demás estaban apagando las luces, hablando entre ellos mientras fumaban cigarrillos y poniéndose las bufandas de colores y a rayas para combatir el frío de la nocje. Miré el oscuro cielo, y, seguidamente, la hora en mi reloj. Ya era casi la una de la madrugada. Tendría que darme prisa para llegar a casa, mis padres seguramente me estarían esperando recostados en su cama y tapados con los nuevos edredones de IKEA leyendo alguna novela de las muchas que tienen en su estantería, y me echarían la bronca por haber llegado tan tarde del ensayo. Era tan predecible…
Suspiré. Me dispuse a irme sin ni siquiera decir adiós.
-¡Norah!- gritó la voz de Jake tras verme cruzar a la otra acera- Se te olvida la caja con los zapatos.
Cuando me volví allí estaba él, con los brazos extendidos hacia mí y sosteniendo en la mano aquella caja.
-Hasta el domingo- me despedí con una sonrisa a la vez que cogía los zapatos después de haber vuelto a cruzar la carretera.
-Hasta el domingo…- y me devolvió la sonrisa.
Contemplé la caja cuando comencé, despacio, a caminar hacia casa. Dentro, había unos zapatos plateados de tacón. No eran míos. Ninguno de los que tenía llevaban tacón, yo ya era suficiente alta como para tener que soportar el dolor en los talones del pie una noche entera llevando unos zapatos incómodos. Aquellos me los había dejado una compañera de teatro para la obra. Se suponía que me hacían unas piernas más femeninas, una figura más esbelta y una actitud más fría y seductora, como el papel requería. Pero aquella era una de las primeras veces que había intentado caminar con zapatos altos, y en el escenario, más que fría y mala, parecía un pato medio mareado que gritaba cosas sin sentido.
Nada me salió bien en aquel ensayo. El profesor parecía echarme a mí sola la culpa de que la última escena- el alma de la obra- no nos saliera bien, cuando era la que menos protagonismo tenía. Suspiré otra vez, y cómo detestaba hacerlo.
Mientras mi paso- aunque firme, también algo lento- me dirigía hasta casa, mis pies notaban la comodidad después de casi tres horas con los dichosos zapatos puestos, y se agradecía.
El viento de invierno soplaba cada vez más frío. En cuanto llegara a casa, me desvestiría y pondría el pijama rápido para no congelarme; iría hasta la cocina, me prepararía un buen chocolate calentito, y luego, me pondría a escribir experiencias y cosas triviales como las de hoy mientras noto mi garganta arder con sabor a cacao.
Lo único que me consolaba en aquel momento era mi vestido nuevo, el hecho de ser viernes y, quizás, el recuerdo de la sonrisa que me dedicó Jake.

6 comentarios:

Miguel A. Pazos Fernández dijo...

Como mola la nueva presentación.

Laura dijo...

me había cansado ya del otro...

Francisco José Peña Rodríguez dijo...

lo que no cambia tía es lo bien que escribes...

coco dijo...

Los viernes, los vestidos nuevos y las sonrisas dedicadas, son un buen motivo de consuelo. Aunque, predecir el futuro, también consuela lo suyo.

Anónimo dijo...

No dejes escapar a ese Jake, en serio, parece un buen partido querida Norah... ¿Jones?

Un fuerte abrazo desde el Otro Lado

Laura dijo...

sí verdad, Borja? Que pena que sea el único elemento inventado de la historia... :-)