domingo, 18 de enero de 2009

Cycle of confusion




“Quítate la camiseta” me dijiste después de estamparme contra la pared. Yo asentí con la cabeza, y milésimas después, ésta se deslizaba por tu espalda y caía lentamente hasta el frío suelo de aquella casa. Tus manos se colaron por debajo de mi falda, mi boca mordía como un licántropo las carnes de tu cuerpo, y tu órgano mojado chupaba cual vampiro mi delicado cuello. Ambos sentíamos la presión del bluyín que llevabas puesto y entonces, casi fugazmente, hicimos que volara por los aires para que cayera, descolocado, sobre algún rincón del cuarto.
De repente sentí mis senos descubiertos y desnudos, y tú te apropiaste de ellos sin ni siquiera pedir permiso. El silencio fue interrumpido por mi agitante respiración, y fue entonces cuando me dijiste que me recostara sobre el lecho. Como una esclava, obedecí. Cerré los ojos y dejé que indagaras por dentro de mi cuerpo, esperando la luz radiante del placer. Yo intentaba besarte, tú no me dejabas. Las paredes retumbaban y la cama se movía golpeándola fuertemente. Mis manos se aferraban a los escabrosos y duros hierros de la cabecera del armazón, mis pelos se juntaban en una enmarañada bola sobre la almohada, y mi aguda voz aullaba bajo la luz de las velas. Tú no sentías nada, conmigo quiero decir. Tu cuerpo se dedicaba a sacarme el mayor partido recostado encima de mí, y con la cabeza agachada. No te paraste a mirarme ni una sola vez. “Ven, ponte encima” Mis piernas maniobraron hasta encontrarse líderes, aún así, sabía que eras tú quien sojuzgabas y controlabas todos los movimientos.
De repente, un viento apagó las velas, entonces aprovechaste para embelesarme más aún con el simple hecho de seguir haciéndome el amor. Más rápido. Tú no parabas de moverte, y en una ocasión, tus ojos se encontraron con los míos. Te sonreí con esperanza, pero giraste la cabeza intentando parecer que no lo habías visto. Aquello no era la primera vez que pasaba, ya habías rehusado de mí con anterioridad. De nuevo, mis labios buscaron el consuelo de tus besos, pero como siempre, sólo obtuvo la presión de tu sexo. Fue entonces cuando me cansé. Rápida, me aparté de ti, me levanté y te hice una señal con las manos para que me siguieras. No iba a permitir que me avasallaras una vez más.
Te llevé hasta el comedor, y con ojos perversos, dije. “Quítate la camiseta”- ya que ni siquiera antes te habías molestado en quitártela-. Aunque sólo me hacías falta de cintura para abajo, obedeciste sin rechistar. Tus dientes de vampiro buscaron la cálida sangre de mi cuerpo, pero mi instinto de licántropo te arañó el pecho mientras me disponía a sacarte el mayor rendimiento en aquella tarde. Encima tuya. Entonces tus colmillos se apartaron de mí algo confusos. Ya no intentaste volver a morderme, y comprendiste que yo me había dado cuenta del juego que pretendías desde un principio. Con mis manos, te até las muñecas contra el sofá; te hice prisionero con mi cuerpo, y con toda mi alma, deseé que sintieras el menor placer posible. Al fin y al cabo, tú también podías ser mi felpudo.

6 comentarios:

Francisco José Peña Rodríguez dijo...

¡Pero buen! O sea, que te dijeron "quítate la camiseta"; ¡qué liberales sois en Alicante!

Laura dijo...

pues cuando se trata de estas cuestiones, no creo que muchos se queden con la camiseta puesta.. Los sentidos van mucho más allá que la razón- aunque Platón diga lo contrario.

Anónimo dijo...

Interesante crónica vampírica en estas fechas, por lo de Crepúsculo y todo eso, en las que se pide a gritos una revisión del mito...

Un fuerte abrazo desde el Otro Lado

Laura dijo...

calla, calla... estoy de Crepúsculo hasta las mismísimas!

saludos^^

Francisco José Peña Rodríguez dijo...

No harías guarradas en la calle? al menos, jajajajaja

Laura dijo...

pero qué cosas más obscenas piensas de mí!



;-) jajaja