Me persigue el casi imperceptible ruido del miedo. Está ahí, aunque no esté, como siempre, taladrando cabezas, despejando sueños, improvisando desavenencias. Cuando no soy, meto la pata. Cuando soy, también. A veces, instintivamente, como algo cotidiano y automatizado por el cuerpo, suelto todo el desastre, sacudiendo los brazos y carraspeando la garganta. Si pudiera, me contendría, aunque implosionase. Solo para corroborar mi teoría de que no hay manera alguna de poder hacerlo bien.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario