Me mira y me
odia.
Me mira y me odia, y no sé si me odia ella o me odian sus ojos. También me odian los
hoyuelos de sus mofletes cuando sonríe. Perversa. Y sus patas de gallo que
cantan a cualquier hora del día:
Kikirikí-Kikirikí
Tiene los dientes torcidos, pero es guapa. Muy guapa. Me encantan sus pecas, aunque me odien.
Y mientras me mira, apoya la mano encima de la mesa. Sus uñas son largas. Rojas. Le chifla, le vuelve loca mirar mientras carraspea la mesa. Que suene. Que suene en el silencio.
SI-LEN-CIO.
No habla, pero no deja hablar tampoco a nadie. Con su mirada
lacerante nos acalla a todos.
Shhhh… (si-len-cio)
Tanto, que puedo oír su corazón en el pecho, retumbando. Baila,
acelerado, sin parar.
Y veo cómo, de repente, le estalla una teta.
Ella no se inmuta. Sigue mirando.
Te penetra, te penetra porque su
mirada es su falo. Por un instante puedo sentir cómo me embiste y me folla.
Lacerante fémina con mirada
fálica y orgullo de mujer consentida.
Me encantaría que le estallase el otro pecho
Y tampoco me importaría que le estallasen los tobillos, ni sus codos, sus hombros, su culo, sus mofletes... Su cabeza.
Que le estalle a esa hija de
la gran algo todo el cuerpo de repente.
No puedo con ella, porque me mira y me odia, aunque no estoy
segura de si me odia ella o me odian sus ojos.
1 comentario:
Eso que puede causar un par de ojos. Genial.
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