Llegó con prisas, dándome un golpe con su bolso rojo de
charol.
-Perdón- dijo, mirándome fijamente a los ojos.
-No pasa nada-
Mientras ella buscaba un sitio en el que sentarse, yo
observaba embelesada su vestido azul oscuro con un estampado marinero que, a mi
parecer, era ridículo, pero que marcaba su silueta delgada y perfecta. Tenía
una melena lisa y caída, casi aplastada, tanto, que sus orejas sobresalían de
entre aquella fina cortina de pelo.
Yo tomaba un capuchino doble, ella se había pedido un zumo
de arándanos. Al sentarse, cerca de mi mesa, me sonrió, y entonces me fijé en
sus ojos.
Sí, qué tópico, ¿verdad? Los ojos, que no sirven para nada
más que cursilerías. Los ojos que son recurrentes para todo. ¿Te gustaba?, ¿era
guapa? Bueno, tenía una mirada que embriagaba. ¡Qué ojos más bonitos tienes!
Los ojos, que nada hablan y todo lo dicen. Fueron aquellos ojos y no otros. Me
miraban tan complacidos y sonrientes, que, por más que lo intenté, no pude volver
a concentrarme en mi lectura. Desde su mesa, me preguntaban acerca de mi
soledad, pero yo intentaba esquivar su mirada constantemente.
La chica, que entendió mi huída como una derrota, cruzó las
piernas y sacó su portátil para hacer a
saber qué trabajo pendiente. Pero no lo podía evitar, y de vez en cuando me
miraba por encima de la pantalla, volviéndome a preguntar cosas que yo no entendía,
o no quería entender.
Mientras, yo tomaba a pequeños sorbos entrecortados mi capuchino
doble y simulaba que leía.
En un momento de despiste, la chica decidió sentarse a mi
lado y de un sobresalto, derramé el capuchino sobre la mesa.
-Oh, vaya, lo siento. Te he asustado- dijo entre risas- te
pediré otro, no te preocupes. Es que te he visto sola y me he tomado la licencia
y confianza de sentarme aquí contigo para charlar. ¿No te importa, verdad?
En absoluto. Para nada. De ninguna manera.
-Soy Erika.
Y comenzó a relatarme su pequeña travesía por la vida. Me
contó cosas a cerca de su familia, que era de origen belga, pero que llevaba ya
dos generaciones viviendo en España. Me contó que detestaba ponerse vaqueros y
que bajo ningún concepto se depilaba las axilas, que toda esa tontería de
arrancarse el vello del cuerpo era una necesidad que nos habían creado.
-Claro que, realmente no tengo casi nada de pelo en el
sobaco.
También mencionó algo de sus aficiones: le gustaba el
badminton, las cuentas y sentir la lengua sobre…
-Las cosas calientes.
-¿Cosas calientes?
-Si, como el café, por ejemplo. Me encanta que me arda la
lengua y que parezca que se quiebra en mil cachitos al rozarla con el humo que
desprende el café bien caliente.
Era una chica extravagante. No extraña, pero sí muy
ensimismada en sus cosas que yo consideraba tonterías y que,
contradictoriamente, me fascinaban.
-¿Y tú?- dijo mirándome fijamente, de nuevo con aquellos
ojos preguntones, asaltadores y entrometidos.
Yo era una escritora, frustrada, como casi todas las mujeres
de letras. Le expliqué también que me gustaba mucho la fotografía, aunque era
una negada de la cámara y que llevaba tiempo intentando inspirarme con una foto
de Helmut Newton para escribir mi nueva novela, pero que lo que tenía de
momento, era bazofia.
De repente, volví a derramar el capuchino cuando noté una
mano que acariciaba mi muslo. Erika sonrió de nuevo y pidió otro capuchino, sin
vacilar y sin dejar de acariciarme, por supuesto.
-Apuesto a que tienes otras muchas cosas interesantes que
contarme.
Apostaba mal, pero no quería parecer menos cosa que ella, y
espeté:
-Bueno, todo el mundo tiene sus aventuras y secretos…
Ella me dijo que le encantaría descubrirlos, a la vez que su
mano subía lentamente hasta mi entrepierna, colándose debajo de la falda.
Que tenía muchísimas
ganas de que le enseñase alguna poesía que tuviera escrita, y sus manos
avanzaban hasta quedarse rozando mis braguitas de algodón.
Que se moría por
compartir conmigo nuestros gustos por Helmut Newton, y sus dedos bailaban para
buscar mi humedad inminente y quedarse acariciándome los labios.
Sin querer, ahogué un suspiro y cerré los ojos, intentando
no pensar en nada. Ella seguía manoseando, primero círculos concéntricos,
después rectas de arriba a bajo, más tarde el índice que…
-Para…- le dije.
Abrí los ojos y vi cómo la japonesa de al lado nos miraba,
estupefacta, mientras sostenía su sandwinch en la mano.
Erika rió, y sonrió, y con aquellos ojos me susurró:
-Derrama esta última taza de tu capuchino y así tengo una
excusa para invitarte a tomar algo a mi apartamento.
3 comentarios:
mmm suculenta invitacion..
no desaprovecharía la oferta verdad?? o eso viene en el siguiente capitulo??
Probablemente braguitas sea la palabra mas sexy y provocativa del castellano.
LoveIt.
¿me pasas un kleenex? (y no es para llorar, precisamente)
Publicar un comentario