Cuando me mojo las manos,
y las extiendo hacia abajo
-como rama de laurel colgado en la cocina-
y de los dedos caen gotas de agua,
que parecen estalactitas
y más tarde, uñas transparentes, largas y afiladas;
y caen las gotas al suelo,
y desaparecen,
para después aparecer otras,
que vuelven a convertirse en estalactitas
y en uñas que otra vez desaparecen,
vuelvo a mojarme las manos,
para sentirme vidente y poder predecir cosas:
como que mis manos comen naranjas y melocotón troceado sin pelar.
Tengo las manos tan ásperas como ese melocotón cuando se secan tras haber descubierto uñas nuevas.
Y, cuando acarician mi rodilla,
me raspan, rasgan y arañan
-soy así de ruda-
y sangro dolor por los pies cuando,
con la rodilla jodida,
me pongo tacones.
Y no sé porqué.
Pero camino envanecida,
creyendo que tengo una espalda bonita,
y sabiendo que la sangre de mis pies
forman charcos en la plantilla del tacón.
Pero no sólo chorreo sangre.
También dudas, por los ojos,
y aquí todo el mundo es ciego
y no entiende - ni atiende- a lo que pregunto.
Y no obtengo respuesta,
y entonces, sangro dudas e indiferencia.
Y eso es algo que detesto.
Mientras, comen naranjas y melocotón troceado mis manos torpes y mojadas,
con uñas de vidente.
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