Si te paseas por nuestra pequeña ratonera, cruzarte y tropezarte con el follacolchón -vulgar nombre-, será lo primero que hagas.
Después no hay más que cables, migas de pan y zapatos estorbando en el parqué del comedor.
El resto no es gran cosa, pero los zapatos ya son unos inquilinos más que rondan esta casa y devoran ferozmente la nevera, como entes hambrientos, cuando llegamos de hacer la compra. Son azules y caminan sin pies, y, al igual que nosotros, tampoco han utilizado el follacolchón.
Cuando nos vamos, intentan seguirnos, pero todavía tienen que crecer un poco para alcanzar nuestro paso y es por ello que se quejan constantemente de su soledad en el piso.
Es cierto que no colaboran en la limpieza: cuando nos ven con la fregona o el escobillo, se quedan quietos, estáticos, uno debajo de la mesa y otro debajo del sofá, intentando que juguemos todos al escondite, pero ya han usado todos los estantes, jarrones y rincones posibles para encubrirse, que no hay manera alguna de que nos puedan burlar.
Cuando nos enfadamos con ellos, los castigamos en el estante con los demás zapatos de la casa, y cuando nos demuestran su madurez, los llevamos a pasear de los pies de Elena, como recompensa que se merecen.
3 comentarios:
Genial post.
Sólo espero que no sean zapatos "cantarines".
Jajaja, muy bueno :-)
Qué divertida ocurrencia. :)
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