(...)-¿Entonces qué decidiste?- pregunté algo interesado
-Pues nada, esperar a que el hechizo finalizara y procurar hacerlo cuando éste todavía siguiera dormido. Y así fue. Dos largas horas estuve nadando por el lago haciéndome la loca, como si no hubiera visto al caballero (ya que no quería levantar sospechas alguna) a la vez que me concienciaba de que debía arrebatarle el arma sin que se enterase. Y cuando por fin finalizó el hechizo, me convertí de nuevo en mi real “yo”. Tras eso, cautelosa, me acerqué hasta el caballero. ¡Cómo roncaba el tío! Antes se hubiera despertado por sus propios graznidos que por el ruido de mis pasos.
No pude evitar soltar alguna risotada.
-Y con cuidado, intenté arrebatarle la espada. A medida que la iba desenvainando, su hoja brillaba con más intensidad, tal y como me habían dicho; sin duda, era la espada que estaba buscando. Pero el muy ingenuo tuvo que despertarse. “¡Ahá!”, dijo mientras me agarraba fuertemente de la muñeca. “Te atrapé, y además te he pillado con las manos en la masa” Yo hacía como si nada hubiera sucedido: “¿Qué dices? Estás loco” él rió descaradamente. Dios… es que… ¡ufff!
Ahí iba otra de sus rabietas. De verdad que vivía la historia.
- Me miraba con deseo, de aquello sí que pude darme cuenta. Quizás tendría alguna escapatoria y le podría seducir, pues todos los hombres que se han interpuesto en mi camino han acabado hechizados por mí.
- ¿Te refieres a un hechizo de frasco?
- ¡No hombre! Hechizados con mis propios métodos naturales, ya sabes…- dijo descarada mientras se señalaba el cuerpo entero- Pero no dio resultado. Se ve que a éste le habían castrado o algo, aunque no, porque estaba completamente desnudo y le pude ver todo…
- ¡Princesa, por favor! Comienza a ser algo molesta tu historia…
-Está bien lo siento, sin detalles… Bueno, entonces, me arrastró a la fuerza hasta su caballo blanco (se ve que había preparado un caballo para mi captura antes de que yo llegara). Me esposó y me subió en él. “Veremos qué es lo que dice el juez” dijo, y sentí cómo el caballo comenzó a trotar. Cruzamos el bosque tenebroso, aunque nada sucedió, así que deduje que todo lo que me contaron de él, era leyenda. Y bueno, creo que ya sabe el resto de la historia, padre.

Ambos quedamos sumergidos en un ingente silencio. El resto de la historia era que el juez, amante de la malévola reina, le había encarcelado en este putrefacto calabozo por obstrucción a la justicia y por intento de asesinato.
-¿Qué opina, reverendo?- me dijo esta vez ya más modosita.
- Que a Blancanieves no la encarcelaron, sin embargo.
Pareció molestarle.
- ¡Já!, gracioso reverendo… Está que rebosa gracia por todos lados, ¿eh?- dijo en un tono suspicaz.- ¿Le vino directamente del cielo?...
>>Blancanieves lo único que hizo para salvar su propio pescuezo fue limpiar la casita de los enanitos, que al final resultaron ser cómplices de su madrastra.
-Pero vamos a ver, ¿Es que las madrastras son como una raza aparte?- pregunté irónico.- No creo que todas tengan intención de hacer daño.
- Pues pregúntaselo a Cenicienta, a ver qué le dice.- era testaruda como ella sola.- O a Mariquita…
Fruncí el entrecejo.
-Ignoro quien es esa…
- Una vieja amiga mía, pero sólo era duquesa.- aclaró.- En fin, que no tenemos remedio las princesas como nosotras: ninguna se intenta salvar, y cuando lo intentamos fracasamos…
Hundió su rostro en sus pequeñitas manos y rompió a llorar. Sin saber qué hacer, le acaricié su torso como muestra de consuelo. Tras aquello, se incorporó, se secó las lágrimas, y me preguntó:
- ¿Algún hechizo para perdonar mi pecado, padre?
Yo dudé ante aquella petición.
-No. Reza tres “Padres nuestros” y dos “Ave Marías”. Aunque de momento no creo que esto te sea eficaz, por lo menos te ayudará para que Dios escuche tus oraciones.
La muchacha sonrió apenada y agachó la cabeza.
-Gracias padre por intentar expiar mis pecados- y me abrazó a la vez que me besaba en la mejilla.
“Dios, perdónala porque no sabe lo que h

ace” pensé, y tras aquello, salí de su celda, me remangué un poco la sotana, ya que el suelo estaba algo encharcado y me dirigí de nuevo hasta el monasterio.
Allí me recibió la hermana Catalina.
-¿Cómo fue el día de confesiones en la cárcel?
Pero estaba tan apenado por la pobre princesa, que ni si quiera le contesté, y fui directo a la cama a la vez que intentaba deshacerme de mi conmiseración, que me impedía dejar de pensar en otra cosa.
Pobrecilla, si supiera en realidad lo que le esperaba tras rezar aquellas oraciones…
Una muerte segura, letal e irrefutable sería el castigo que le aguardase tras haberla atado con una soga en un poste y haberla encaminado hacia la hoguera. Aunque también era verdad que la había creado el mismo Satán: era toda una tentación para los hombres y poseía una mente demasiado liberal. ¿Merecía por ello una vida en el infierno?