EL MISTERIO DEL BOSQUE.
(Septiembre)
Yo vivía en Cherryville, un pueblecito allá perdido en el estado de Carolina del Norte. Era un pueblo pequeñito, dónde conocías a la mayoría de sus habitantes.
Mi casa era una de las más grandes, y tenía una historia muy larga: fue construida en la época victoriana, para grandes nobles estadounidenses. La anterior familia que vivía en ella se mudó a otra más grande aún, y como la vendían a un precio bastante asequible si miramos bien su relevancia, mi padre había decidido hacer un pequeño esfuerzo y comprarla. Ahora era de nuestra propiedad.
Tras mudarnos de la gran ciudad de Chicago para vivir una vida más tranquila, recuerdo las innumerables cajas que recogíamos desde el camión de la mudanza y cómo las desembalábamos para ir ordenando cada cosa en su sitio.
Mientras cargaba con una de aquellas cajas, vi en la carretera una chica que paseaba con su bici color rosa. Miraba curiosa cómo mi familia y yo recogíamos las cosas del camión y tras eso se acercó y preguntó.
-¿Sois nuevos?
Mi madre le sonrió y asintió.
-Sí. Es la primera vez que venimos aquí. Mira te presento a mi hija, debéis tener la misma edad.- y me señaló con descaro.
La niña sonrió.
-Hola, me llamo Abigail, pero puedes llamarme Aby.-me dijo.
Yo siempre fui algo vergonzosa y titubeé un poco antes de decirle mi nombre.
-S… soy Clare.
Años más tarde, aquella chica se convertiría en mi mejor amiga.
Chris aparcó el coche en el parking del “Blue sky”, una discoteca a las afueras de Charlotte, en cuanto llegamos.
Llevábamos dos horas y media en coche y sentí un pequeño mareo al bajar de él.
-¿Estás bien?- me preguntó Lorie-Te veo mala cara.
-Estoy bien, gracias-dije mientras me erguía para que no se me notara tanto el mareo.
Mientras íbamos a comprar los tickets, vi cómo un grupo de chicos, de no más de dieciséis años, rodeaban un innumerable montón de botellas de alcohol.
-¡Hey guys!- dijo uno de repente- ¿Os hace uno?- y señaló a un vaso lleno de vodka.
Chris hizo ademán de cogerlo, pero nuestras miradas penetrantes le echaron hacia atrás.
-¡Que tienes que conducir!- vociferó Aby enfadada- eres un irresponsable.
Nuestro amigo agachó la cabeza y seguimos nuestro camino.
Una vez dentro, la música no dejaba de sonar. Aquella discoteca era distinguida por su
música de negros “Si es que se puede distinguir la música por razas” pensaba yo. Por eso estaba repleta de gente de color, y los blanquitos como nosotros éramos mal vistos. A mí eso me incomodaba mucho, pero era el sitio preferido de Chris, y como era él quien conducía, a él le tocaba elegir.
-¿Dónde está el resto?- pregunté refiriéndome a los amigos que faltaban.
Sam se encogió de hombros.
-Se suponía que nos veíamos dentro de la disco- dijo después- Pero no he visto el coche de Digory afuera.
Y tras eso, se dirigió hacia unas chicas que había junto a la barra del bar a ver si alguna caía aquella noche.
Mientras, Aby, Lorie y yo, nos adentramos en la pista de baile, y un chico de color que no recuerdo como se llamaba se nos presentó y nos convenció para subirnos a la tarima. Estuvimos toda la noche bailando en ella. Ni Jhon, ni Susan, ni Paul, ni Digory aparecieron por allí. “Extraño” pensé “Muy extraño” pero quién sabía; quizás se les habría quitado las ganas de venir repentinamente, o se habrían perdido por el camino y dieron media vuelta hacia casa (todos sabíamos que Digory se acababa de sacar el carné de conducir y era muy malo con las indicaciones de la carretera).
-Chris, son las tres de la mañana- dije cansada- Mi madre se estará preguntando por mí.
-Sabes que hay dos horas y media de camino, Clare- su voz sonaba poco firme- no me apetece coger el coche.
-Te lo pido por favor; no me encuentro bien.
No noté la ebriedad en sus palabras, porque yo también había bebido bastante.
-Está bien- dijo resoplando- Ya no hace falta que me pongas esa carita, vamos.
Se lo agradecí con una sonrisa; mientras tanto, salimos haciendo eses por la puerta. Chris cantaba la canción de “New York, New York” chapurreada.
_Canta conmigo- decía mientras me cogía las manos para bailar.
Yo me solté bruscamente.
-No quiero cantar, quiero irme.
Entonces mi amigo comenzó a reír. Se metió en el coche, arrancó los motores, y una vez metida yo también, añadió:
_Que poco sentido le das a la vida, Clare.
Laura Martínez
Mi casa era una de las más grandes, y tenía una historia muy larga: fue construida en la época victoriana, para grandes nobles estadounidenses. La anterior familia que vivía en ella se mudó a otra más grande aún, y como la vendían a un precio bastante asequible si miramos bien su relevancia, mi padre había decidido hacer un pequeño esfuerzo y comprarla. Ahora era de nuestra propiedad.

Tras mudarnos de la gran ciudad de Chicago para vivir una vida más tranquila, recuerdo las innumerables cajas que recogíamos desde el camión de la mudanza y cómo las desembalábamos para ir ordenando cada cosa en su sitio.
Mientras cargaba con una de aquellas cajas, vi en la carretera una chica que paseaba con su bici color rosa. Miraba curiosa cómo mi familia y yo recogíamos las cosas del camión y tras eso se acercó y preguntó.
-¿Sois nuevos?
Mi madre le sonrió y asintió.
-Sí. Es la primera vez que venimos aquí. Mira te presento a mi hija, debéis tener la misma edad.- y me señaló con descaro.
La niña sonrió.
-Hola, me llamo Abigail, pero puedes llamarme Aby.-me dijo.
Yo siempre fui algo vergonzosa y titubeé un poco antes de decirle mi nombre.
-S… soy Clare.
Años más tarde, aquella chica se convertiría en mi mejor amiga.
Chris aparcó el coche en el parking del “Blue sky”, una discoteca a las afueras de Charlotte, en cuanto llegamos.
Llevábamos dos horas y media en coche y sentí un pequeño mareo al bajar de él.
-¿Estás bien?- me preguntó Lorie-Te veo mala cara.
-Estoy bien, gracias-dije mientras me erguía para que no se me notara tanto el mareo.
Mientras íbamos a comprar los tickets, vi cómo un grupo de chicos, de no más de dieciséis años, rodeaban un innumerable montón de botellas de alcohol.
-¡Hey guys!- dijo uno de repente- ¿Os hace uno?- y señaló a un vaso lleno de vodka.
Chris hizo ademán de cogerlo, pero nuestras miradas penetrantes le echaron hacia atrás.
-¡Que tienes que conducir!- vociferó Aby enfadada- eres un irresponsable.
Nuestro amigo agachó la cabeza y seguimos nuestro camino.
Una vez dentro, la música no dejaba de sonar. Aquella discoteca era distinguida por su
música de negros “Si es que se puede distinguir la música por razas” pensaba yo. Por eso estaba repleta de gente de color, y los blanquitos como nosotros éramos mal vistos. A mí eso me incomodaba mucho, pero era el sitio preferido de Chris, y como era él quien conducía, a él le tocaba elegir.
-¿Dónde está el resto?- pregunté refiriéndome a los amigos que faltaban.
Sam se encogió de hombros.
-Se suponía que nos veíamos dentro de la disco- dijo después- Pero no he visto el coche de Digory afuera.
Y tras eso, se dirigió hacia unas chicas que había junto a la barra del bar a ver si alguna caía aquella noche.

Mientras, Aby, Lorie y yo, nos adentramos en la pista de baile, y un chico de color que no recuerdo como se llamaba se nos presentó y nos convenció para subirnos a la tarima. Estuvimos toda la noche bailando en ella. Ni Jhon, ni Susan, ni Paul, ni Digory aparecieron por allí. “Extraño” pensé “Muy extraño” pero quién sabía; quizás se les habría quitado las ganas de venir repentinamente, o se habrían perdido por el camino y dieron media vuelta hacia casa (todos sabíamos que Digory se acababa de sacar el carné de conducir y era muy malo con las indicaciones de la carretera).
-Chris, son las tres de la mañana- dije cansada- Mi madre se estará preguntando por mí.
-Sabes que hay dos horas y media de camino, Clare- su voz sonaba poco firme- no me apetece coger el coche.
-Te lo pido por favor; no me encuentro bien.
No noté la ebriedad en sus palabras, porque yo también había bebido bastante.
-Está bien- dijo resoplando- Ya no hace falta que me pongas esa carita, vamos.
Se lo agradecí con una sonrisa; mientras tanto, salimos haciendo eses por la puerta. Chris cantaba la canción de “New York, New York” chapurreada.
_Canta conmigo- decía mientras me cogía las manos para bailar.
Yo me solté bruscamente.
-No quiero cantar, quiero irme.
Entonces mi amigo comenzó a reír. Se metió en el coche, arrancó los motores, y una vez metida yo también, añadió:
_Que poco sentido le das a la vida, Clare.
Laura Martínez