miércoles, 19 de diciembre de 2018

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Si me pongo a pensar - y lo hago mucho- en aquel colgante verde que perdí, mi atesorado colgante verde de la buena suerte que perdí, no puedo evitar preguntarme qué habría sido de mi vida si todavía lo llevara puesto.
A veces pierdo la cabeza también. Lo noto con los deseos intangibles, los que quiero confesar y no me atrevo. Quedan unas horas para volverme tarada de nuevo, para escurrirme entre números pensando que, ¡joder! ya no hay vuelta atrás. Ni colgante verde de la buena suerte. Pero decido consumir el tiempo con cigarrillos y me visto en un intento de guapa. Igual ya no me importa - aunque un poco sí - que el tiempo pase siendo feliz, que es una palabra cursi que uso mucho y no me gusta nada. Será su sonoridad. Será que no tengo mi colgante verde de la buena suerte. Será que diciembre es siempre nostálgico y a mi, en el fondo, me gusta.
De nuevo la pregunta: ¿qué hubiera sido de mi vida si no hubiera perdido mi colgante verde de la buena suerte? Si no lo hubiera perdido, me digo, como perdí aquella vez ese avión a Edimburgo, o como aquella otra vez mi vaquero favorito - todavía no sé cómo - o mi pendiente de aro, o mi primer amor... cuántos caminos hubiera dejado atrás. Si no hubiera perdido mi colgante verde de la buena suerte.

1 comentario:

Galastah dijo...

Los "y si" atormentan y no arreglan nada. Bueno... aparte de brindar un buen rato de melancolía y, si se exacerba, incluso de tragedia. Y tanto la melancolía como la tragedia no son malas en sí mismas - aunque tengan una prensa terrible en estos tiempos de felicidades forzosas -, e incluso hay ocasiones en las que se convierten en un refugio frente al mundo exterior. Es suficiente con no quedarse atrapada en ellas.
Yo nunca he tenido un colgante de la suerte, pero también he perdido objetos, sensaciones y tiempos entrañables que ahora viven en la memoria. Por eso valoro tanto la memoria. Un saludo, Laura.