lunes, 8 de octubre de 2012

Cuentos de Susana #1


Susana se tumba boca abajo y se echa la almohada sobre la cabeza. Siempre lo hace antes de dormir. Pega la frente y el pecho al colchón, de manera que se forme una mínima curvatura para poder respirar. Y cierra los ojos. Así, rendida y estirada, discurre en su cabeza la imagen de su cuerpo como un puente, sólido y compacto, siendo la garganta la dovela del arco bajo el que se postren los enamorados a altas horas de la noche, mientras  la tranquilidad de un canal fluye silencioso, y se disciernen el honor de la más castra sinceridad de la vida.

No necesariamente Susana tiene que imaginar historias injuriosas de amores románticos. Otras muchas veces ve pasar bajo el puente, al que ya le abraza la hiedra, personajes gusarapos, lastres, alimañas, de esos que escupen flemas y pegan chicles en las piedras (que son sus labios y barbilla, o su cuello y su bofio) por pura diversión.

Esta noche, Susana no es capaz de imaginar gran cosa. Rechaza cualquier disciplina que se inventa y recurre a los cuentos que su padre le solía relatar antes de dormir. Caperucita Roja al Revés o El Culo y el Perro, un relato de un pueblo cuyos habitantes son culos que hablan. 

Al recordar este último cuento de nalgas, desde su cama, y todavía boca abajo, se visualiza a sí misma en el gimnasio, vestida pretendidamente de Nike. Conjuntadas sus mayas y su top aprieta-pechos para que no salten, al ritmo de Gloria Gaynor, de un lado a otro. Se ve con su mp3, subiendo los falsos escalones que le indica el step. “60 floors climbed” le dice la máquina y ella piensa que tiene que llegar a más de 120, por decir una cifra. Mientras sube y baja escaleras ficticias (imaginándose en el John Hancock de Chicago- 344 metros de altura, 100 plantas- y desafiando a los guardas a una carrera) tararea para sí alguna canción de Sophie Ellis-Bextor porque se le antoja isotónica. Y entonces mete tripa, sistemáticamente, aguardando, inconsciente, a que cualquier depravado proteinizado pase mirándole el culo, que se lo imagina como el del cuento de su padre.



***

EL CUENTO DEL CULO DEL PADRE DE SUSANA

Era un culo femenino y prieto. Sano, muy sano. Se notaba que hacía deporte todos los días: salía a correr, hacía algunas sentadillas y dedicaba largas jornadas al ciclismo. Sí, un culo atlético y joven. Prometedor, como muy pocos lo eran, aunque, es cierto, también un poco respingón. Todo el mundo lo comentaba:

- Sí señor, un culo con clase y con criterio.
Qué vértigo, válgame dios, ¡que nalgas tan duras!
- ¡Y mira cómo se contonea! 

Vivía tranquilo y sin preocupaciones en un barrio residencial en Carlina del Sur. Entre semana se pasaba el día entrenando y los sábados iba a ver algún que otro partido de béisbol. Era aficionado, además, al baloncesto, y también a las frases hechas.

-¿Y qué tendrá que ver? No hay que confundir el culo con las témporas, mujer…

 Tenía una vida tranquila, pero un día llegó al pueblo un enorme Doberman que se afincó en el mismo barrio, a tan sólo dos casas más allá de la suya. Aquel perro era muy autoritario. Babeaba rabia y en vez de saludar gentilmente como todo el mundo, propinaba un ladrido ensordecedor. La primera semana no se comentaba otra cosa:

- ¿Qué pasa, es que no tiene perreras en las que quedarse?
- ¿Qué rabillo se le habrá perdido por aquí?
- A mi padre una vez le mordió uno, todavía tiene la cicatriz en la nalga derecha.

No era de extrañar que, a pesar de haber tantos culos para elegir, el Doberman sintiese gran admiración por uno sólo. Contenía siempre las ganas de propinarle un mordisco al culo estrella las veces que lo veía pasear por las calles. Hasta que un día su instinto le pudo y salió corriendo tras él.

- No intentes huir, no podrás escaparte.

 El culo, que, como ya se ha dicho, estaba prieto y musculoso, burlaba siempre al perro. 

-Suerte que hago deporte -decía- Porque si no, ya me habría deformado los glúteos de un mordisco.

 Desde entonces, todos los días eran una constante carrera para ir a todos los lados y lograr que no le cogiera el perro. Y ya no aguantaba más, el pobre culo estaba empezando a notar cómo su energía y combustible menguaban poco a poco.

Esto no puede ser, ya me veo preso bajo los dientes de ese maldito perro. Carlina del Sur ya no es lo que era...  ¡Gases! que ya llega otra vez...

Pero ya no podía más, corría, corría y corría, y nunca veía el momento en el que el perro, cansado, se diese la vuelta. Aquel día iba a necesitar un milagro para que el Doberman no lo alcanzara. Y de repente, aquel día, mientras corría y nalgueaba para esconderse de aquel perro que le hacía la vida imposible, encontró su salvación, como caída del cielo, pues al doblar la esquina de la calle se topó con un Hada.

Oh, pobre culito! qué desgracia la tuya.- su voz era celestial y fina- Todos los días te veo sudar la gota gorda para escapar de ese rabioso Doberman. Deberás estar exhausto… sí, se te nota… has perdido ese color tan culesco que tenías. Y forma, sobre todo forma. Señor, que te estás quedando plano y eso nadie lo quiere.
Mira, no suelo hacer estas cosas, pero creo que necesitas ayuda, así que…

Sacó su varita del zapato y pronunció unas palabras:

  “Cuando el peligro acecha,
no queda más remedio que apretar el culo contra el taburete.
Pero hoy con mis poderes, 
en pajarillo te convertirás en un periquete.”

 Y así fue cómo sus cachetes fueron, poco a poco, ganando plumaje, pico y alas, hasta convertirse en un pájaro que sobrevolaba las copas de los árboles. Mientras tanto, el perro buscaba furioso a su culo, sin éxito alguno.

- ¿Dónde estará, dónde se habrá metido? ¡Maldito culo de mal asiento!

Al pasar por uno de los parques, buscando a su presa, vio en lo alto de un árbol a un pequeño pájaro. Olisqueó el ambiente y notó algo raro.

- Juraría que ha pasado por aquí…  Sí, sin duda ha pasado por aquí… Oye, pajarito, ¿por casualidad no has visto pasar de largo a un culo, verdad?

El pájaro negó con la cabeza

- ¿Nada de nada? Así un culo jovencito y duro… ¿No? Mira que no me gusta que me mientan… ¿Estás seguro?  hmmm… a ver, a ver, cántame un poquito.

***


1 comentario:

Anónimo dijo...

Oh yeah, nena!