viernes, 5 de junio de 2009

historias inmoralizadas (1)

“El país donde ha pasado todo no existe. Lo sé, porque yo he vivido allí. Es fantasma, es invisible. En los mapas no figura, los radares no lo capta. Los barcos navegantes no divisan su tierra firme y los aviones jamás aterrizan en él. No tiene capacidad geográfica. Es un elemento del mundo inexistente, abstracto e ignorado, pero tan real como el hecho de que no te has parado a respetar mi intimidad y ahora mismo estás leyendo esta absurda- y sólo absurda porque no tiene ningún sentido- historia escrita en este malogrado diario.

Mi estancia en ese lugar ha sido temporal, pero se me ha hecho duradero. De vez en cuando oía voces procedentes de otra tierra, de personas que me parecían conocidas, pero después, seguía caminando por las ateridas calles de la ciudad destino ningún sitio. La gente allí era lánguida, muchas veces incluso te transmitían el dolor con la mirada, el sufrimiento de su desesperación. Algunos tenían los brazos dislocados y otros tantos iban en silla de ruedas. También sangraban a menudo. Pero la costumbre de verlos así hizo que desvaneciera el temor de vivir en el borde de la locura, y que permaneciera mirando el horizonte y el ocaso, que colgaba rojizo del cielo, frágil y mórbido, como todo lo que hay en este ambiente turbado. Si supiera alguien que he estado en ese lugar, es entonces cuando me tildarían de loca (…)”


Sentado, de un sobresalto Max cerró la libreta sin poder terminar de leer cuando escuchó a la mujer tumbada en la cama gritar en sueños. Seguramente estaría soñando una vez más con el pasado azaroso.

Cuando Max la contempló tumbada y jadeando, no pudo evitar despertarla para que se incorporara, se secara el sudor que caía a chorros de su pálida frente y se diese cuenta de que ya no había nada que temer.

-¿Ha sido el mismo sueño?

La mujer asintió con las pocas fuerzas que le quedaban.

-Me tienes preocupado, Juliane, todas las noches lo mismo…

Juliane cerró los ojos. Le dolía demasiado la cabeza. Era como si un martillo le golpease fuertemente una y otra vez, haciéndole estallar el cráneo.

-No soy yo la que quiere tener estas pesadillas, doctor.

-Llámeme Max- le sonrió a la vez que le cogía de las manos y le acariciaba el enmarañado pelo castaño que se le había creado durante aquellos días de hospital.

-Duérmete, anda, y procura soñar con cosas bonitas, en preciosidades como tú.

Ella asintió y con una débil sonrisa, le agradeció el cumplido, después recostó su diminuta y herida sien sobre la almohada. Se durmió casi al instante.

2 comentarios:

Belén dijo...

eso es un médico y lo demás, tonterías

besicos

Laura dijo...

jajajaja, tiene que haber de todo... por qué no simpáticos también?