jueves, 28 de julio de 2011

Cuando quieres hablar de las pesadillas de otros y acabas hablando de las tuyas.


Marina tiene muchos sueños;
pero no recuerda ninguno que no sea pesadilla.

Mi pesadilla particular golpea las puertas muchas veces al año,
A veces, todavía me tortura haciéndome imaginar qué hubiera pasado si me hubiera quedado a tu lado o si yo te lo hubiera pedido;
y me amenaza con arrebatarme el coraje que necesito para poder encontrarme a mí misma.

Cuando llega, doy vueltas en la cama, intentando combatirla en la oscuridad de la habitación.
Mi única táctica de defensa es encoger las piernas y frotarme los pies fríos.

Y cuando, negligente, ya no sé quién soy, despierto, sudorosa, preguntando mi nombre.

Entonces Elena me tranquiliza,
y me arropa
y me da un beso
para que pueda dormir tranquila, aunque sé que lo hace sin saber quién soy.

Parecerá extraño, pero me gusta olvidarme de vez en cuando y pasear siendo una sinombre por las grandes avenidas, noqueada por la perplejidad de no saber nada acerca de mí.

Supongo que es una cuestión de egolatría:
perderme una y otra vez; para
buscarme,
llamarme,
sufrirme,
y otra vez disfrutarme cuando me encuentre.

Ayer volví a encontrar mi nombre.
Estaba en los bolsillos del pantalón que metí en la lavadora.

3 comentarios:

Kiki Gruñitos dijo...

Que buen texto, a veces hay pesadillas que poco a poco nos consumen, es difícil medir el límite entre fantasía o realidad...
Un saludo :)

AdR dijo...

Yo no huyo de ellas, de mis pesadillas, digo. Al final son buenas consejeras. Te lo dice un ególatra empedernido que todos los días se encuentra pero deja un trocito de sí mismo en la cama.

Besos.

Francisco José Peña Rodríguez dijo...

Genial... sigues siendo una gran 'escribidora'...