lunes, 24 de agosto de 2009

Terminus Road

Y así ha sido. Como tú decidiste que fuera, aunque cueste un pelín admitirlo.

Fue cruel.

Cruel no, quizás patético, hasta puede que un poco rastrero. Pude casi acariciar el asfalto del Terminus road con la nariz de lo cerca que estaba de la bajeza. Qué poco talle, ¿verdad? Todo por ti, por lograr alcanzar tu atención, como si ganarla fuera ganar un trofeo que se coloca encima de la vitrina para exponerla ante los demás.

Y la verdad es que era todo un reto conseguirte, porque bien era consciente que no estaba sola y que tenías donde elegir. Más guapas, más fluidas, más misteriosas, más atrevidas.

No, en eso no me gana mucha gente, la verdad.


Tampoco tardé mucho en darte el primer beso. Creo que fue la misma noche que nos conocimos.

Ambos tonteábamos con el suficiente inglés que sabíamos, y después de un par de pintas de cerveza, te invité a bailar con nuestro querido Dave the Rave en el Terminus. Allí me agarraste de la cintura. En aquel momento fue cuando se apreció que te sobrepasaba en altura, aunque solamente eran por los tacones marrones que, por cierto, me los acababa de comprar aquel mismo día en el Primark.

De vez en cuando acercabas tus labios a los míos y yo los esquivaba. Y después de un par de intentos más por tu parte- no exitosos- decidiste ir un momento a pedirle las llaves a tu compañero de cuarto y desapareciste.

No me preocupó en aquel momento, hasta que me preguntaron si me había enrollado con ese guaperas eslovaco – tú-. Sin saber porqué, mentí y dije que sí.

Creo que fue porque te llamaron guaperas, y desde ahí comenzó mi obsesión contigo.

Regresaste después de media hora. Te besé rápido para que no te volvieras a marchar, y de hecho no lo hiciste. Te pasaste toda la noche intentado convencerme de que meterme mano en las esquinnas de las frías calles inglesas era una muy buena idea, pero tenía que dejar algo para el resto de días, si no, marcharías igual de rápido que llegaste.

Intercambiamos teléfonos.

Otro beso de despedida.

Creo que a partir de ahí sólo me mandaste un mensaje el primer fin de semana, para asegurarte de que iba a quedarme contigo todo el mes; y me hiciste una llamada el último para darme a entender que las noches en la playa o en el piso de Khalid no pasaron en balde.

Yo estuve todo el mes mirando tu nombre en mi lista de contactos sin ser capaz de mandarte algún mensaje. Ni siquiera contesté al tuyo.


¿Cómo pudo ser? No me anulaste de milagro, aunque poco faltó. Cada vez te veía más encantador y, progresivamente, mi obsesión iba aumentando.

Pero yo no podía hacer nada, eras tú quien decidía cuándo y dónde. Espero que no con quién, aunque estoy segura de que también te gustaba una húngara hermosísima que yo odiaba- por el hecho de tener una belleza descomunal y por pensar que podría gustarte-.

Pero, no, fue conmigo con la que pasaste algunas de las noches- las que tú elegías-. Me ganaste enterita. Y, aunque al día siguiente de nuestras pasiones no te hablara – lo cierto es que me resultaba muy raro y desconcertante aquel hecho – te deseaba de igual manera, pero intentaba no parecer tan interesada en el asunto, sin embargo, aquello era completamente falso.


No me arrepiento de moldearme a tu time table, ni dejar que tus manos me exploraran en los numerosos rincones del terminus road, pero ahora mismo que acabo de hablar contigo de nuevo, me siento un poco estúpida (porque creo que quizás tú pienses que yo lo sea)

Me tenías, no sé ni siquiera si puedo decir lo mismo. ¿Te tuve?

Pero si sólo fuiste un chico de diecinueve que nada tenía que ofrecerme…

Y sin embargo me enseñaste el código de las miradas.

¡Y cómo me encantaban! Tú me devorabas toda con aquellos ojos y yo, cuando tenía tacones, te miraba por encima del hombro; cuando no, simplemente giraba mi cabeza con rostro triunfador y sonrisa perversa.


¿Fui yo la que gané o fui la derrotada? Ciertamente-hoy estoy confesando demasiado- perdí un poco la cabeza y la noción contigo.

Puede que yo misma al intentar parecer tan despreocupada fuera la que echase a perder todo lo que nos perdimos.

Tuvimos noches intensas (todas en diferentes lugares del Terminus Road) pero podríamos haber tenido más noches intelectuales, más risas, más conversaciones, más confianza más caricias y no tantos apretones. Podría haberte conocido un poco más. ¿Te gusta practicar el tenis? ¿Tocas algún instrumento? ¿Vas a natación? ¿En qué lugar de Eslovaquia vives? Sólo sé que estudias economía y que tienes un inglés casi perfecto y, por supuesto, que eres un ligón de cuidado. Sabes tratarnos.

Un jugueteo intenso y corto, y tan rápido te tenía, ya todo volvía a comenzar, como si otra vez nos acabáramos de conocer.


Durante segundos fuiste mío, y sin embargo, minutos después ya no eras nada. Un círculo vicioso que el 26 de julio terminó con un achuchón que me dejó sin aliento, y un pequeño beso como diciendo que nos lo pasamos bien.

Aquella noche no podía quitarme tu esencia de la ropa, ni tu rostro de mi mente, parecía una majareta chalada. Sin embargo, estoy casi segura de que yo también te volví loco, Marcel.

5 comentarios:

Belén dijo...

Ayyy! si es que siempre tenemos un tío que nos enseña lo que somos capaces de ahcer cuando estamos enchochadas...

Lo importante es que sepas y aprendas, no pasa nada :)

Besicos

AdR dijo...

Huelo los efluvios.

Entiéndelo como quieras. Yo me entiendo.

Besos.

Ruth dijo...

Es difícil ir 3 semanas a Inglaterra y no llevarte a alguien en la mente.

Besos, guapísima. Muchas gracias por todo y suerte! *

Laura dijo...

Ruth, cuando quieras, más ;-)

Ruth dijo...

Picara... (no hay acentos en el teclado ingles) ;-)