viernes, 17 de abril de 2009

Llueven piedras

¿Qué haces?, me preguntó al ver que yo seguía anonadado mirando el exterior desde la ventana.
-Llueven piedras, Lali- le contesté todavía desconcertado, aunque, por supuesto, no me creyó, y diciendo ¡Qué sátiro, niño!, dio media vuelta para ir hasta la cocina a coger un cachito de pan y untarlo con Nutella.
-¡Delicioso!- gritó para que yo le pudiese oír y envidiarla, aunque sin poderlo remediar, tal y como hacía siempre, regresó hasta el comedor abatida al ver que hacía caso omiso a lo que ella decía, y me ofreció un bocado.- ¿Porqué llueven piedras, niño, no eres feliz?
Ella creía que mi afirmación no era más que una metáfora de mi dolor o tristeza.
Quizás imaginaba esas piedras como voces roncas atentando contra mí, o floreciendo en los recovecos de mi mente, creando así todo tipo de desazón.
Era más probable, ciertamente, que las piedras cayeran sobre mi cabeza y me dejaran tarumbo, y comenzara yo a gritar, por causa de la convulsión del golpe, que era un sanguinario combatiente y que la mataría si no me daba un bocado más de aquel delicioso pan con Nutella. Un posible matarife era todo lo que las piedras podían crear en mí.
-Dímelo, niño, anda, que sabes que yo te quiero.
Lo sabía de sobra: sus sonrisas, sus suspiros, sus poemas, sus desayunos matutinos, sus enfados impertinentes, sus caricias, su todo, me lo dedicaba a mí, me lo regalaba. ¿Cómo dudar de que me quería, de qué manera osaría yo?
Pero no era aquello lo que ella quería oír de mí. Por una razón u otra, deseaba que yo estuviera triste para así ella darme los mimos y el cariño necesario. Siempre hacía lo mismo; se sentía llena si yo no lo estaba.
Pero no, por desgracia para ella, aquellas piedras no eran angustia, aflicción o sofoco.
-¿Qué sucede, niño?
-Llueven piedras.
Podría haber aprovechado para discutir que, quizás y siempre pensando que era con el menor grado posible, ella ya no provocaba en mí la misma euforia de antaño. Me aburría su estilo de vida y detestaba cómo poco a poco me había adaptado a ella, porque yo, era un espíritu calificado más o menos de libre.
Y mientras observaba sin pestañear el exterior, pensaba también como había transcurrido el tiempo con la misma poca arbitrariedad de siempre, y fue entonces, cuando el recuerdo de una noche desenfrenada, en un bar cualquiera-y-sin-importancia, donde conocí a quién-sé-yo,- y que en realidad me acuerdo mucho de ella, pero intento hacerme el duro- se presentó inesperado rompiendo más las ganas de seguir. Aquello me dolió, porque ‘Sí, está lloviendo piedras’
-Y dale, estás bueno tú hoy, ¿eh?
Aquello me lo tomé como un cumplido. Yo no estaba bueno, estaba como siempre. Era el cielo el que había decido cambiar las reglas de la naturaleza y el que había hecho que quedara estupefacto, sin prestarle demasiada atención a lo que Lali decía, mientras miraba la ventana.
Entre los dos, ella mirándome a mí y yo mirando las supuestas piedras, el pan con nutella acabó devorado y Lali de nuevo se dirigió a la cocina a untar otro trozo de pan con deliciosa crema de chocolate.
-¡Me voy a poner como una foca, niño! ¿Crees que tengo buen cuerpo? ¿Debería adelgazar?- me atacaba con sus preguntas constantes- Mira que tengo que lucir bikini este verano… Pero ¿quieres hacerme caso?
Enfadada, oí cómo masticaba su dosis de calorías y grasas saturadas sin que los efectos sobre su cuerpo pudieran causarme algún desvarío importarme lo más mínimo. Ella estaba perfecta y lo sabía, pero le encantaba que la gente le dijera lo guapa que era y lo mucho que las otras le envidiaban.
-Oye, ahí a fuera hay mucho ruido ¿Están en obras?- dijo rindiéndose definitivamente al ver que no captaba mi atención.
-No, Lali, no. Llueven piedras.
-Pero no digas gilipolleces. Basta ya con las malditas piedras, ¿quieres?
Y, acercándose hasta donde yo estaba y posando su barbilla sobre mi hombro, vio las piedras caer. ¿Es que no te habáis dado cuenta antes, Lali? Y ella negaba con la cabeza.
El sonido estridente sobre el techo, las calles ásperas y rudas, las nubes grises cubriendo la ciudad, y cantidad de diminutas piedras cayendo del cielo. Todo propio de un cuento.
¡Niño, ¿Has visto eso, cómo es posible?! Gritaba Lali con su vocecilla de niña, aunque de eso, poco tenía.
Y es que, un día absurdo como aquel, no sólo ella podía decir cosas absurdas, y yo mirar con aquella cara de absurdo pensando a la vez cosas absurdas como abandonarla y descubrir historias insólitas- y absurdas- que cambiasen mi rumbo, o pensar que nuestros besos y caricias eran completamente absurdos, así como nuestros profundos abrazos, sino que el mundo también tenía que tomar la esencia de contradicción y tenía que volverse en contra mía.
Porque, definitiva e irrefutablemente, aquella tarde, el cielo llovía piedras, y con toda la rabia del mundo, las sentía golpeándome en cabeza como mil hachazos asesinos.
Foto: Wishtable, England. Viaje 02/08/2008

5 comentarios:

Ego dijo...

En ocasiones llueven piedras. A veces nos hacen perder la memoria. Otras veces inspiran canciones a La Oreja de Van Gogh.
Si metemos a la Gran Bretaña de por medio, ahí tienes un relato.
Un (b)eso encontrado

Belén dijo...

Los escritores de verdad sacan historias de cualquier sitio, verdad?

;)

Besicos

Laura dijo...

jajajaja

lo tomo como un cumplido? :-P

Ruth dijo...

Piedras... ¿Y por qué no? Todos sabemos lo extraño e inestable que es el tiempo en UK.

Muak.

AdR dijo...

El cielo ha llovido piedras para mí muchas veces. Yo creo en la fugacidad de todo, en que se nos escapa de las manos.

Sigue escribiendo así.

Besitos