sábado, 11 de abril de 2009

La Tribu

En el cielo brillante y azul se divisaba alguna que otra pequeña nube, y en el horizonte, nada más que la extensa e interminable llanura de gramíneas. La brisa cálida hacía que éstas se retorcieran ligeramente hacia el este, silbando en el extraño código africano.
Mientras, nosotros seguíamos caminando agachapados sobre la maleza, que era alta porque acababa de terminar la estación pluvial, y hablábamos en señas para permanecer así más seguros ante el posible ataque de algún felino.
Peter iba delante de mí, vestido con tan sólo una telilla que le cubría la zona genital y calzando unos tenis viejos y sucios que apocaban su estilo aborigen. Su piel negra brillaba bajo los rayos del intenso sol y los dibujos rojos sobre su faz y pecho, que él mismo había pintado mezclando un poco de agua con aquella tierra ígnea, se habían desdibujado por el paso de los días.
De mi frente caían ingentes gotas de sudor, pero sin protestar ante el bochorno, la sed y el cansancio, seguí caminando con la mochila a cuestas.
El agua se nos había agotado, y las albóndigas en lata también, aunque aquello no suponía un problema para Peter, ya que aguantaba sin beber un día entero y para comer cazaba algún que otro impala perdido que nos encontrábamos durante la travesía.
Yo era algo más sensible a todo aquello. La sangrienta carne, que el nativo devoraba por las noches tras haber cazado al animal con el venablo que llevaba siempre consigo, y el olor nauseabundo que desprendía, me impedía probar bocado. Aunque ciertamente sabía que tarde o temprano me acabaría rindiendo ante las fauces del apetito, porque llevaba sin comer desde hacía algo más de un día y medio.
-Shhh!- me dijo Peter girándose bruscamente hacia mí con el dedo sobre los labios al ver que, con mi inhábil paso, sonaban las latas de albóndigas vacías dentro de la mochila.- Deberías dejarla tirada por aquí, no hace más que estorbarte. Además, hace demasiado ruido.
Yo negué con la cabeza.
-Llevo mi cámara fotográfica.
-¡Al diablo tu cámara si no quieres que nos sorprenda una bestia parda y nos coma vivos!
Sin decir nada más, él siguió caminando, pero de nuevo paró súbitamente y se elevó de puntillas, mirando esta vez hacia el confín del paisaje.
-¿Y ahora qué sucede?- pregunté más acongojado que curioso. (...)



Foto: de mi viaje a África: 20/02/09

4 comentarios:

Belén dijo...

Fuiste a Africa?

joe que envidia...

Besicos

AdR dijo...

¡Qué fuerte! ¡Has sembrado yerba de la buena en el blog! :D

Cualquier rincón de África debe ser... como perderse en lo más salvaje de uno mismo ¿no?

Besos

Galastah dijo...

¿Has estado en África? ¡Qué privilegio! Ya decía yo que este texto sabía a África de verdad, no con el sabor postizo que otorga la lectura de algún libro sobre el tema. Espero que continúes el relato, el ambiente que describes es realmente evocador.

Sombras en el corazón dijo...

Huele a puro safari, si señor.
A ver que te encuentras por esos lejanos confines :0)

Un abrazo