La música sonaba desde el
tocadiscos por toda la casa. Los invitados habían dejado de bailar para permitir cundir el pánico. Muchos se llevaban la mano al pecho mientras gritaban
auxilio, otros simplemente contemplaban la sangrienta situación en estado shock.
Ellos dos dejaron la escena
atrás. Él cerró la puerta de un golpe. Ahora estaban solos en la habitación. Ella
sostenía un cigarrillo en la mano y él un vaso de coñac.
-No nos engañas a nadie,
querida.- la voz del hombre era pausada y profunda.- Sabemos que tú le mataste.
-Oh, vamos, quien le mató fue tu
mujer, de un disgusto.- dijo ella mientras seguía fumando y tomaba asiento en
la cama con todos los abrigos de piel tirados en él.
-Pienso descubrirte a la policía.
-¿La misma que si nos ve con todo
este montón de Chateau Beaulon nos encerrará en prisión, o la que,
cuando descubra a tus putas te desmantelará el negoció? ¿De verdad piensas hacer eso?-
rió- Allan, no me cuentes historias absurdas. Además, no sé porqué sospechas
tanto de mí, todos los de aquí teníamos razones para matarle.
-Recuérdamelas.- él estaba
apoyado en el escritorio de madera del cuarto, observándola fumar.
-Todos sabemos que ese hombre
tenía una buena pizca y no por sus negocios de honradez precisamente.
-No me estás dando nombres.
Ella se encendió otro cigarrillo. Cada vez
había más humo en la habitación, pero a ambos le encantaba el olor a tabaco.
Mientras, seguían oyendo desde fuera los gritos ahogados y los lloros
histéricos.
-¿Quieres nombres?, pues verás,
pudo haber sido Annette: el negocio de su marido se estaba yendo a pique tras
la mala inversión que le recomendó, a conciencia además; o Sergey, ese hombre detestable
que no para de sudar nunca y el mismo que, sin un centavo, aceptó una apuesta
que era imposible ganar y que todavía no ha pagado. También está Chad, el pobre se
enteró de que su mujer era una furcia, y ya sabes por qué, le gustaba mucho los
hombres ricos…
-Como a ti.- dejó el vaso de coñac
en la mesa y se acercó lentamente hacia la mujer.
-Como a mí.- ella lo esperaba, y
mientras lo veía venir se subió el vestido lentamente hasta las rodillas.-
Tócalas.
Allan se agachó hasta ellas y
comenzó a chuparlas con cautelo. Su lengua subió por sus los muslos. De
repente, ella le apartó bruscamente y se volvió a bajar el vestido.
-Aunque no soy ninguna de tus mujercillas y mucho menos una de tus chicas de burdel, sabes que esto te costará un precio.
El hombre rió.
-Aprendes rápido, querida. La
primera vez no me costó nada.
-La primera vez Nueva Orleans seguía
siendo tan joven como yo. Ambos hemos aprendido el uno del otro. ¿Escuchas eso
de ahí fuera? Tu mujer llora desconsolada, quizás deberías ir a tenderle un pañuelo.
-Lo único que quiero tender ahora
mismo es tu cuerpo sobre ese montón de abrigos y tocarte hasta que también
grites desconsolada. ¿Qué es lo que quieres tú?
Sonrieron.
-Sabes perfectamente qué es lo
que quiero. Sólo un par de llamadas y un gran escenario para mis piernas.
-Eso lo iba a hacer de todas
formas.
Sonrieron. Ella se levantó, se
puso de espaldas y se desabrochó lentamente el vestido, que se deslizó por sus
caderas hasta el suelo. Dejó a un lado la ropa y se acercó a él con sus
ligas negras y sus labios rojos.
-En ese caso,- le susurró al oído- considéralo un
regalo. Pero hagámoslo rápido, que tenemos un cadáver en la cocina que hacer
desaparecer y un escenario que limpiar.